Catarsis desde la Cuesta de Huaco

Mi viaje por San Juan y La Rioja llegaba a su fin. Para regresar a San Juan desde Villa Unión y tomar el vuelo de regreso a Buenos Aires, tomamos un desvío de la Ruta 40 antes de llegar a Huaco. Nos habían recomendado esto para conocer la Cuesta de Huaco, al norte sanjuanino.

El desvío por la Ruta Provincial 49 comunica los pueblos de Huaco y San José de Jáchal. Es un camino de tierra, muy angosto en algunos tramos, que asciende en las montañas y atraviesa estrechos túneles en los que cabe solamente un auto. En su punto más alto tiene un mirador que permite apreciar toda la Cuesta de Huaco.

Es el paisaje típico de la zona, pero vale la pena detenerse ahí. La paz es absoluta, y fue un lugar ideal para permitirme unos minutos de reflexión después de todo lo vivido esa semana de viaje.

Cuesta de Huaco
Panorámica de la Cuesta de Huaco y RP 49
Cuesta de Huaco San Juan
Desvío por la Cuesta de Huaco

Al atravesar la Cuesta de Huaco desde el pueblo homónimo en dirección a Jáchal, se pasa junto al Embalse Cauquenes, en el cual se realizan algunas actividades turísticas. Junto al embalse hay también un camping y se da la posibilidad de hacer turismo rural.

Siguiendo camino se llega a la diminuta localidad de Villa Mercedes y, minutos después, a San José de Jáchal. Desde este pueblo se conducen unos pocos kilómetros por la Ruta Nacional 150 para retomar la Ruta 40 camino a San Juan.

Las horas en auto, el paisaje inhóspito, la sorpresiva cuesta, y unos mates proporcionaron el escenario de reflexión perfecto. Hoy escribo este post unos meses después, basado en notas que registré en mi teléfono en el viaje, y a modo de catarsis personal. Sin más preámbulo, acá va:

Reflexiones desde la Cuesta de Huaco

Si leyeron mis posts sobre este viaje a San Juan y La Rioja sabrán que me fui el lunes después de las elecciones primarias de 2019. Literalmente despegué de Buenos Aires a las 9:00 a.m. con un dólar igual a 45 pesos y aterricé dos horas más tarde con uno a 60 -una devaluación del 33%-. En cada ciudad o pueblo por los que caminaba había alguna transmisión de TV desde Buenos Aires, donde parecía que se venía el fin del mundo (como si no estuviésemos acostumbrados ya), pero la realidad en San Juan y La Rioja era otra: a nadie parecía importarle… O, al menos, no lo demostraban. Las pantallas que mostraban imágenes de dólares dramáticamente acompañados por un fondo en llamas no se condecían con lo que yo veía. Este escenario de indiferencia -por decirle de algún modo- se repitió toda la semana, como también se repetía una y otra vez la misma noticia incluso a los tres, cuatro, cinco, seis días siguientes… porque en Buenos Aires se vive así: se repite tanto una misma noticia que se pierde la proporción real de las cosas, consumimos todo inflado, exagerado, de manera casi morbosa. Cuanto más trágica la noticia y cuanto más se la pueda inflar para apelar a la psiquis del espectador, mejor.

En San Juan y La Rioja el consumo de medios me pareció diferente. Parecía como si directamente no fuera. La vida seguía a su paso. Aquel estilo de vida puede gustar o no pero invita a pensar, al final del día ¿quién vive mejor? No me queda duda alguna que todo aquel que no viva expuesto a la toxicidad mediática o a la constante preocupación. Claro que se puede apagar la tele, pero el ambiente de mala sangre general se siente desde las avenidas porteñas hasta las calles suburbanas, y creo que ese malestar colectivo tiene que ver con el exceso de consumo de información -que llega al consumidor en forma desproporcionada y generalmente sensacionalista-. En San Juan y La Rioja no se sentía ese clima de enojo y caos constante que respiramos al otro lado del país.

Estuve toda la semana pensando: ¿qué tan distintas son las vidas que llevan los riojanos o los sanjuaninos con los que me crucé a la que llevo yo? Asumo que no deben vivir sometidos a las mismas preocupaciones en materia de seguridad o violencia social, que son lo que más me molesta a mí de la vida que llevo en Argentina (la situación en el Conurbano -como denominamos al Gran Buenos Aires-, donde yo vivo, está llegando a niveles alarmantes). Seguramente tengan otros problemas de los cuales en la otra parte del país no nos enteramos -y los tienen: contaminación, sequías, falta de infraestructura, entre otras-. Pero entonces ¿qué es real? ¿cuál es la proporción exacta de problemas? ¿qué está pasando en estas provincias? ¿y en las demás?

La Cuesta de Huaco está a pocos kilómetros de Jáchal, pueblo que en los últimos años ha estado luchando contra la megaminería después de los derrames causados por la minera Barrick Gold en Veladero. Poco -o nada- se menciona sobre esto donde yo vivo. De hecho, si no estudiase ciencias relacionadas con lo ecológico, quizás ni enterado estaría de esta problemática. Pienso en eso y no puedo evitar sentir que las prioridades están mal. Nos hablan mucho de federalismo pero la noticia siempre es Buenos Aires… especialmente en época de elecciones, las cuales son definidas prácticamente por el Gran Buenos Aires. No importa si en la Puna se construye un campo de energía solar o si hay un derrame de cianuro en los ríos de San Juan; el Conurbano y la Capital Federal marcan el ritmo. Es que ahí vivimos 17 de los 44 millones de argentinos (casi el 39%). ¿Y la gente que no tiene la posibilidad o las ganas de viajar por su país o quizás su propia provincia? ¿Qué imaginarán? ¿Qué realidad verán? ¿Y yo qué no estaré viendo?

Empecé a pensar en estos temas tras mi primer viaje a La Rioja hace 5 años, cuando con mis amigos visitamos Famatina, pudiendo ver en primera persona la lucha que el pueblo mantiene contra la megaminería. Esta problemática sí tuvo amplia repercusión mediática nacional en su tiempo, pero no pasó mucho hasta que se dejó de hablar del tema. Entonces ¿cómo nos mantenemos despiertos sin depender del sesgo de información que nos imponen los medios? ¿Será viajar la respuesta?

Pienso en los 5 años que pasaron desde mi primer visita a la región y no veo cambios alentadores. Sí he visto autopistas en obra en San Juan o la pavimentación de la Cuesta de Miranda en La Rioja, pero los problemas sociales prevalencen, como también las protestas contra las empresas contaminantes. El tiempo es cosa que me hace pensar… en Argentina un mes se siente como una eternidad donde pueden pasar miles de cosas (hemos tenido cinco presidentes en 11 días), pero pueden pasar 5 años y todo seguirá igual.

Hace años leí por ahí que «No hay perspectiva sin distancia«. Alejarme de casa en cada viaje me da una nueva perspectiva sobre las cosas. Me pasó en anteriores viajes por Argentina, e incluso más cuando pude salir del país. Viajar es abrir los ojos, es aprender, es reflexionar y, más importante, es cuestionar.

La Rioja y San Juan no son la excepción al patrón de que las provincias con mayor riqueza de recursos naturales también suelen ser algunas de las más pobres. Volviendo al ejemplo de Barrick Gold, ésta representa casi un tercio de PBI de la provincia. Básicamente, sin esta minera de capitales canadienses y chinos, la economía actual de San Juan se cae. Esto ocurre también en otras provincias, con otras industrias que explotan otros recursos. Sin embargo, al viajar por estas provincias uno no puede evitar preguntarse dónde está toda esa riqueza que actividades cuestionables como la minería con cianuro prometen. Las provincias se vuelven una especie de socios de estas empresas tan necesarias para mantener el aparato estatal funcionando y, si a eso le sumamos la naturaleza corrupta que infecta cada kilómetro cuadrado del país, la realidad no debería sorprender a nadie. De hecho, creo que la necesidad de mantener un aparato estatal enorme cuando hay poca inversión privada y concentrada en unos pocos inversores es una receta perfecta para la corrupción. Dichas empresas -que en sus países de origen jamás harían lo que Argentina les deja hacer- son conscientes de esto, y el resto ya lo sabemos…

  • los invito a informarse sobre los derrames en Veladero, desde las denuncias preliminares de Raman Autar hasta la mísera multa que aplicó el Estado provincial a la minera).

Recordé que, meses atrás, mientras visitaba los glaciares de la Patagonia, un turista estadounidense me preguntó cómo un país tan rico llegó a ser tan pobre. En Argentina debatimos mucho acerca de cómo llegamos a la situación actual pero no podemos ni ponernos de acuerdo en eso -y no, no es culpa exclusiva ni del «neoliberalismo», ni del «imperialismo», ni de ninguno de los enemigos externos que el Poder se inventa para sostener su discurso-. Cuestionar qué se hizo durante décadas para terminar con un tercio del país sumido en la pobreza desde hace años parece no estar en nuestra mentalidad. Cuestionar por qué los que escriben -y reescriben- la Historia son siempre los mismos pero aún así se los reelige para solucionar los problemas que ellos mismos ocasionaron, menos. ¿Será que reescribieron la Historia tantas veces que nos olvidamos de quién fue y quién es quién? ¿O seremos una sociedad masoquista que se resigna a que «esto es lo que hay» y que «es todo lo mismo»?

Con todo eso en la cabeza, me tomé un mate mirando a la Cuesta. ¿Podría vivir en estas provincias? La respuesta fue que seguramente no, porque los problemas que encontraría -aunque distintos, quizás- tendrían la misma raíz que los problemas de mi día a día y que me hacen pensar en emigrar: la nefasta corrupción con la que -quedó demostrado- no solo aprendimos a convivir sino que una inmensa parte de la población está dispuesta a ignorar.

Viajando aprendí mucho más sobre Argentina de lo que la escuela me enseñó. Vi realidades -buenas y malas- que no nos muestran en Buenos Aires porque quizás no sirven a los intereses mediáticos. Incluso con muchos de los panoramas desalentadores que vi al viajar, aprendí a amar Argentina en otro nivel. Es como un amor imposible, como si uno se enamorarse de alguien hermoso pero radicalmente diferente. Quienes me leen desde hace tiempo ya lo sabrán, y es que es imposible no amar un país tan increíble, rico en geografías y culturas, como lo es Argentina.

Así, a mil kilómetros de casa, en un lugar tan lindo como es la Cuesta de Huaco, me limito a reflexionar sobre por qué siento la necesidad de irme de un país que lo tiene todo, pero que no puede cambiar.

El blog es mi herramienta de difundir aquello que aprendo y me cuestiono viajando. Si eso lograra despertar el interés de alguien por algún tema que desconocía (sea triste o feliz) considero que aporté mi granito de arena al despertar colectivo que considero tan necesario. Cuestionemos, debatamos, y no nos callemos.

Escribir sobre las cosas me ha permitido soportarlas.

Charles Bukowski

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