11 destinos que nos hicieron llorar

La primera vez que viajé a El Chaltén fue en 2014. En aquel entonces, la ilusión de ver el increíble Cerro Fitz Roy con mis propios ojos se vio frustrada por mi desfavorable estado de salud. Meses atrás había pasado por el quirófano debido a un problema en uno de mis pulmones y el camino para llegar a la mítica montaña era más exigente de lo que tenía permitido. Me prometí que regresaría en cuanto pudiese, y así fue.

Cinco años más tarde volví a este rincón de Argentina para completar lo que había empezado. Después de una larga e inolvidable caminata, llegué a la Laguna de los Tres y lo vi frente a mí: el Fitz Roy en toda su gloria bajo un cielo carente de nubes, inusual en la región. Las emociones no tardarían en aflorar porque aquel lugar representaba más que uno de los rincones más increíbles de mi país: para mí era una prueba de superación y, de alguna forma, le daba cierre a una etapa personal. Emocionado hasta las lágrimas, con la piel de gallina, y con sentimientos de todo tipo apoderándose de mi, me quedé sentado un buen rato sin mediar palabra.

Creo que nadie vive un destino de la misma manera que los demás. Cada persona es un mundo y el mundo se percibe de tantas maneras como personas haya. Por eso invité a bloggers de viaje para que compartan qué destinos lograron sacarles lágrimas y por qué. Sin más preámbulo, acá va:

CAMPO DE PIEDRA PÓMEZ, ARGENTINA

Flor y Juan de Ruta del mate

Hace muchos años, salió en internet una lista para votar los lugares más lindos de la Argentina. Eran alrededor de 250. Observé con atención todas las imágenes y me detuve en una. ¿En serio esto está en Argentina y nadie lo sabe? Estaba observando Campo de Piedra Pómez en Catamarca.

Pasaron unos 10 años de la lista y nunca me olvidé de ese lugar. No era tarea fácil visitar Catamarca porque vivimos en España. Pero hace poco pasamos una temporada en Argentina y planificamos un viaje en familia de 2 meses por el norte del país. Obviamente Campo de Piedra Pómez estaba entre esos lugares que sí o sí teníamos que visitar.

Al comenzar la excursión, la expectativa era tan alta que intenté relajarme. Tenía realmente miedo de que me decepcionara o que no me gustara tanto como creía. Empezamos bordeando el volcán de Carachi Pampa y nuestro destino se veía allá a lo lejos. En cada parada a sacar fotos, Campo de Piedra Pómez se hacía rogar. Hasta que llegamos a sus pies y fue más de lo que esperaba. No podía creer semejante belleza. Estaba cumpliendo un sueño. Es difícil hacer un ranking con los lugares más lindos del mundo, pero en ese momento me di cuenta de que este sitio estaba desbancando todos los lugares que había visitado hasta ese momento. Y lloré de felicidad.

UYUNI, BOLIVIA

Julián de Parte de existencia

Con Vanesa, mi novia, quisimos alejarnos del circuito turístico (que incluye una sola ruta y una sola isla) y decidimos recorrer una parte a pie. Es algo un poco peligroso si uno no va bien informado ya que dentro del salar es difícil ubicarse por la falta de puntos de referencia, el sol pega fuerte durante el día, la temperatura es muy baja durante la noche y no hay agua dulce en ningún lugar. Conviene llevar GPS y mucha agua.

Aprovechando un bus destartalado que cruza el salar recorriendo 120 kilómetros para llevar pasajeros hasta el pueblo de Llica en la otra punta, decidimos tomarlo y pedirle al chofer que se desviara del camino para dejarnos en la Isla del Pescado. Tardamos dos horas en bordear toda la isla hasta encontrar una cueva donde dormir. Por la noche la temperatura del salar desciende hasta cuatro o cinco grados bajo cero y se levantan vientos muy fuertes.

Acampamos en la cueva e hicimos fuego con ramas de arbustos secos. Después de un atardecer de rojo intenso sobre la sal apareció un cielo que no creía posible. El clima seco, la altura y la lejanía de cualquier población hacen del salar (junto con el desierto de Atacama) el mejor lugar del mundo para ver las estrellas. Estábamos en luna nueva y podíamos verlas de horizonte a horizonte sin interrupción, hasta el borde mismo del cielo, una cantidad de estrellas que me oprimió el pecho. Tal vez era eso o el abrazo de Vane junto al fuego, en una cueva, en una isla de piedra, en un desierto de sal, muy lejos del resto del mundo.

Amaneció con un sol tan rojo como el del día anterior. Arrancamos temprano cargando las pesadas mochilas que incluían ocho litros de agua y caminamos 25 kilómetros durante nueve horas por la cegadora superficie blanca, guiándonos con el GPS para llegar a la isla Incahuasi, ahí llegan camionetas turísticas. Otra vez buscamos una cueva, otra vez el sol rojo. Al día siguiente nos aprovisionamos de agua y comida regalada y nos quedamos un día más mirando amaneceres y atardeceres y finalmente volvimos a dedo hasta el pueblo de Uyuni. Fueron tres días de sal, cuevas y cielos inolvidables.

PARQUE KRUGER, SUDÁFRICA

Laura de Laura no está

Una de las últimas veces que lloré de alegría fue durante un viaje a Sudáfrica, más precisamente en el Parque Kruger. Planeé mi estadía en el parque con mucha anticipación, me entusiasmaba mucho la idea de ver animales en su hábitat natural, libres, cazando, durmiendo, corriendo. Soñaba con eso hacía mucho y me imaginé que iba a ser impactante verlos pero nunca pensé cuánto.

Apenas llegué al parque vi un elefante y me largué a llorar de felicidad, de tenerlo cerca, comiendo, tranquilo y sin miedo. Esa escena se repitió con cada animal nuevo que vi durante mis seis días de estadía en el parque.

Desde ese momento estoy convencida de que, al menos una vez en la vida, hay que hacer un safari y descubrir cómo viven los animales sin la presencia humana.

PETRA, JORDANIA

Dabid de Mochila al paraíso

La primera vez que me topé con el Tesoro fue, sin duda, un impacto emocional. Al fin me encontraba frente a una de las maravillas antiguas más impresionantes del mundo. Pero la experiencia adoptó una nueva escala cuando la visitamos por la noche, alumbrada solamente por la tenue luz de las lámparas de papel.

Es una experiencia puramente turística, compartida con otras tantas decenas de personas, pero la mayoría parece respetar el silencio, y el único sonido suele ser el eco rebotando los chasquidos de los obturadores. Por un momento, mientras miraba absorto esa fachada anaranjada, en medio del desierto jordano, me sentí solo y afortunado, y mentiría si dijera que no se me humedecieron los ojos.

LADAKH, INDIA

Kasia & Víctor de Kasia & Víctor por el mundo

Atravesamos los estados de Jammu y Kashmir (Cachemira) hasta Ladakh. Las vestiduras y los rostros cambian; poco antes de llegar, al ver los paisajes, piensas que te has transportado a otro lugar: esto no es India. Valles desérticos y picos que superan los 5.000 metros de altitud. La limpieza del ambiente y del aire nada tienen en común con el resto de India. Los templos budistas y las estupas salpican las laderas y las gentes (muchas de ellas de origen tibetano) que pueblan estas tierras son unas de las más hospitalarias con las que nos hemos cruzado.

Desde Leh, la turística capital, se puede llegar (no sin dificultad) a la pequeña aldea de Maan de 150 habitantes situada a orillas del lago Pangong a 4.200 m.s.n.m. o al último enclave del Valle de Nubra antes de llegar a Pakistán: Turtuk, un oasis plagado de canales de riego donde se cultivan los mejores albaricoques de todo el país. Fuimos a Ladakh sin expectativas porque nada sabíamos del lugar y nos quedamos casi un mes y medio. Budistas y musulmanes conviven en armonía y nosotros también: nos sentíamos como en casa. Teníamos nuestros lugares para desayunar, comer, tomar café o cenar. Nuestra panadería; y nuestra frutería donde los dueños nos saludaban y nos aconsejaban las mejores piezas del día. Las mujeres que vendían sus verduras por la calle nos saludaban casi como si fuéramos parte de sus vecinos. Cuando nos marchamos lo hicimos con lágrimas asomando hasta que nos cruzamos con el dueño de uno de nuestros restaurantes preferidos y nos dio un abrazo de despedida… entonces sí nos fuimos literalmente llorando.    

CAPE REINGA, NUEVA ZELANDA

Gilda de Mi bitácora de viajes

Era mi primer gran viaje, lejos de mi familia y de mi país, hace diez años atrás. Estaba en Auckland y junto con un grupo de argentinos habíamos emprendido un roadtrip subiendo por la costa este. El objetivo era llegar a Cape Reinga, el punto más septentrional de Nueva Zelanda.

Dejamos el auto en el estacionamiento y empezamos a subir a pie por un sendero sinuoso hasta llegar al límite del cabo, marcado por un faro. A medida que íbamos subiendo, el rugir de las olas y el sonido del viento eran cada vez más intensos. Desde la altura podía observar el encuentro turbulento entre las aguas del Mar de Tasmania y las del océano Pacífico. Fue fácil encontrar el punto exacto de unión porque el contraste de temperaturas hacían que se crearan corrientes y las olas chocaban unas contra otras, además de tener diferentes colores. La vista del atardecer y el vibrar del agua me erizó la piel. Recuerdo que una leve lluvia nos mojó y, al ver aparecer un arcoíris detrás del faro, lloré de emoción. Mientras disfrutaba de unos ricos mates con mis compatriotas pensaba que ese sol brillante que en poco tiempo desapareció en el azul profundo iba aparecer al instante, renovado, del otro lado del charco. Cerré los ojos, sentí el viento fresco en la cara y a mis seres queridos cerca, muy cerca.

Tiempo después, supe que ese lugar es el más sagrado para la cultura maorí ya que la leyenda cuenta que desde allí parten las almas de los muertos hacia el océano para regresar a su patria ancestral de Hawaiki.

USHUAIA, ARGENTINA

Flor de Viaje y descubra

Ushuaia es un destino épico y enamora a primera vista. Por el simple hecho de ser una ciudad casi pueblito ubicada tan remotamente tiene ese «no se qué» que la hace super especial. Se la conoce como «el fin del mundo» y llegar tan lejos siempre es emocionante.

Para mí, además, fue haber logrado el desafío de unir Argentina de norte a sur durante un mes. Desde La Quiaca a Ushuaia, manejando una camioneta siendo mujeres, recorriendo casi la totalidad de la ruta 40, la más emblemática de la Argentina y terminar ese viaje tan especial cruzando en balsa la camioneta para llegar a Tierra del Fuego. ¡Lo que lloré cuando cruzamos el Estrecho de Magallanes! Una alegría tan inmensa que me estremecía cada centímetro de mi cuerpo. La aventura estaba llegando a su fin, ¡estábamos cumpliendo el desafío! Llegar a Tierra del Fuego fue la materialización de un sueño. Un viaje que costó muchísimo trabajo armar y concretar y estaba ahí, después de haber investigado tanto, lo había logrado. Volví a llorar cuando llegué a Ushuaia. Estaba en el fin del mundo y podía vivir para contarlo. 

KURDISTÁN

Angie de Titin round the world

Hacía un mes que estaba en Irán, después de media vida de haberlo deseado. Me sentía como en casa, a pesar del abismo cultural que me separaba. Ese primer mes en Irán, lloré muchísimo, como nunca había llorado en mis viajes. Pero todo cambió cuando empecé a adentrarme en Kurdistán; ese país no reconocido; en Kurdistán lloré mucho más. Y siempre que lloré, fue de felicidad, emoción, incredulidad por tanta maravilla junta.

Muchos países me hicieron llorar con sus paisajes imponentes, pero Kurdistán fue el único lugar que me hizo llorar por creer que no me lo merecía. Es que la gente es tan todo, que tu cabeza dice “bueno, si la gente es tan increíble, entonces que el paisaje sea normalito, como para balancear”, pero no. Ahí tenés tu ruta zigzagueante en el medio de montañas con neblina y bosques espesos. Ahí tenés tu lago color rosa fluorescente. Ahí tenés tus cataratas, tu comida exquisita, tu música instrumental. Ahí tenés los bailes, las risas, el compartir hasta lo que no tienen. Y yo usando el hijab como pañuelo para poder secarme los mocos de llanto en paz.

FUSHIMI INARI, JAPÓN

Gloria & José de El viaje me hizo a mí

El templo sintoísta del Fushimi Inari era uno de los lugares que teníamos marcados a fuego para nuestro viaje a Japón y a pesar de haberlo visto millones de veces en imágenes logró superar nuestras expectativas. Nosotros fuimos a primera hora y no nos arrepentimos de ello ya que no había demasiada gente y pudimos pasear con tranquilidad por debajo de los miles de toriis que hay allí.

En Japón hay muchos templos sintoístas pero el Fushimi Inari además de ser de los más importantes te transmite algo especial. El respeto a la naturaleza es uno de los pilares del sintoísmo y mientras paseas por la montaña te das cuenta de que es como si el propio templo se fusionase con la montaña en la que se encuentra.

CHERNOBYL, UCRANIA

Fran de La vida nómade

Mi sueño era ir a Chernobyl. Pero, ¿quién podría soñar con ir al lugar donde ocurrió el peor desastre nuclear de la historia? Y es que todo tiene una lógica, si es que así podemos llamarle. 

Mi primer recuerdo de niñez de una noticia de carácter mundial fue la caída del muro de Berlín. Desde entonces, me obsesioné con todo lo relacionado a la Guerra Fría y la U.R.S.S, un imperio gris, temible, pero fascinante. Fue por cosas como éstas que empecé a viajar y a conocer los lugares donde se gestaron estos episodios tan importantes de la historia moderna. Estudiar periodismo fue mi mejor excusa para poder curiosear a destajo y preguntar lo que no debes. Hasta que pasaron muchos años y dieron la serie en HBO. Súbitamente, Chernobyl se convirtió en un destino turístico. Y a mí se me dio la oportunidad de ir.

Ya en Kiev entrevisté a Yuri, quien fue evacuado de Prypiat cuando tenía 8 años. Imagínate tener un testimonio así. Al día siguiente fui a Chernobyl. Todo era muy extraño. Parecía que mis compañeros del tour iban a Disney. El guía no era muy experimentado. Las medidas de seguridad me parecieron obsoletas. Conocí a una ucraniana de Kiev que me confesó que era su sueño visitar Chernobyl. Era su regalo de cumpleaños. Pero al mismo tiempo, me dijo «Somos gente muy insegura. Es la herencia de la Unión Soviética».

Me sentí en un show donde trataban de convencer a la gente que lo que aquí pasó no fue tan terrible y que ahora todo era hermoso y lleno de árboles metiéndose furiosos dentro de viviendas abandonadas. Cuando llegamos al reactor nuclear, al «sarcófago», casi me pongo a llorar. Es muy difícil explicar esto, pero siempre soñé con recorrer el mundo en plan «turismo histórico». Pero estar ahí, después de años leyendo libros sobre Chernobyl, sobre la gente que murió, la desgracia que persiguió a los que dejaron Prypiat, las personas que se enfermaron producto de la radiación en Ucrania y Bielorrusia… Y me convencí que es un lugar que hay que ver, pero no para turistear, sino para entender cómo las mentiras pueden crear catástrofes terribles.

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