Hospitalidad chilena: de Viña del Mar a San Pedro de Atacama

¿Recuerdan que les conté de una confusión que hubo a la hora de comprar mi pasaje de vuelta de Viña del Mar a Santiago? En alguna parte de la comunicación con el vendedor de la empresa TurBus se produjo una interferencia que llevó a que el señor me vendiera un pasaje de vuelta abierta y no para el sábado 28 de enero, como yo quería. Esto condujo a un episodio que me hizo amar la hospitalidad chilena y se los cuento a continuación…

De camino a Viña del Mar me percaté de la equivocación al ver que el pasaje de vuelta no solo no tenía fecha de retorno sino que también llevaba impresas las palabras «SUJETO A DISPONIBILIDAD» (así, en mayúsculas, como para asustarme). Lo primero que hice al bajar del bus fue preguntar en la ventanilla de TurBus en la terminal de Viña del Mar cómo hacía para fijar la fecha del viaje. Tenía que volver sí o sí el 28 de enero a Santiago y presentarme en el aeropuerto a las 10 de la mañana para tomar un vuelo a Calama a las 11:30.

«No te preocupes. Ven una hora antes de la partida del bus y anuncias aquí que vas a viajar« me dijo la empleada.

Parecía fácil. Lo que no me dijo fue que no hay gente trabajando en la terminal las 24 horas. De hecho, las puertas de la terminal de Viña del Mar abrían a partir de las 4:30 de la mañana.

Después de una noche de cervezas y caminata por la costanera para despedirme de Viña (acompañado de Osvaldo, un chileno orgulloso de su ciudad), tomé un taxi desde el hostel hasta la terminal. Tuve que esperar unos minutos a que abrieran las puertas, junto a otros viajeros. Todavía era de noche y hacía frío.

Viña del mar at night
Viña del Mar de noche

Al ver que no había empleados en los mostradores de TurBus (ni de ninguna otra empresa), tuve que esperar a que llegara el bus que va de Viña del Mar directo al aeropuerto internacional de Santiago a las 5:30.

«Está todo ocupado, no puedes viajar« me dijo el señor que controlaba los boletos.

Le expliqué que nadie me había dicho que no podría autorizar el pasaje a la madrugada y le pregunté cómo podía hacer para viajar.

«Espera el próximo bus, parte a las 6:30» me dijo, en el tono cortante de quien no tiene ganas de trabajar.

«¿Y si en ese bus tampoco hay lugar qué hago? Voy a perder un vuelo» le dije, sabiendo que no le importaba y que tampoco podía hacer nada… pero tenía que sacarme las palabras de encima.

«Puedes comprar un pasaje en la máquina y asegurarte un lugar en el próximo bus« respondió, sin mirarme y señalando una máquina que parecía un cajero automático que estaba dentro de la terminal.

El bus partió. Me dirigí a la máquina e intenté comprar un pasaje para el siguiente bus, que no se dirigía al aeropuerto sino a la terminal Pajaritos. Introduje mi tarjeta de crédito para hacer el pago pero la máquina me la rechazaba.

Intenté dos veces más, sin éxito, mientras me frustraba imaginándome perdiendo el vuelo y quedándome en Viña del Mar 5 días más… No creo que me hubiese molestado ¡pero el objeto de mi viaje a Chile era conocer San Pedro de Atacama!

En la máquina contigua había un hombre, de poco más de 30 años, comprando un pasaje. Él se percató de mi problema y se ofreció a comprar mi pasaje antes de que yo tuviera la oportunidad de pedir ayuda.

«¿Qué? ¿En serio?» dije yo, sin creer mi suerte. Ahí estaba otra vez: la hospitalidad chilena de la que ya le hablé a todos los que me conocen.

El hombre compró mi boleto, le dí el dinero en billetes (con unos 1200 pesos chilenos de más ya que no tenía monedas, pero no aceptó el excedente), y nos quedamos hablando hasta que llegó mi bus. Él viajaría a Temuco dos horas luego de que yo partiera. Me contó que viajaba mucho a Comodoro Rivadavia por trabajo y que quería conocer Bariloche y las Cataratas del Iguazú… Matamos el tiempo hablando de Argentina, de Chile, y de viajes.

Nos despedimos con un abrazo. Dos horas después ya me encontraba en Santiago. Desde Pajaritos hay algunas empresas de buses que van y vienen desde el aeropuerto, que está a unos 25 minutos.

Habré dormido menos de una hora en el bus a Santiago. Como no quería pasarme la terminal de Pajaritos, hacía todo lo posible para mantener los ojos abiertos. Pero ya llevaba 22 horas sin dormir… Se me debía notar porque la chica sentada al lado mío me preguntó si estaba bien y me ofreció galletitas. Hablamos un rato y me dijo que durmiera, que ella me avisaría cuando estuviéramos llegando a la terminal, porque también bajaba ahí. Hospitalidad chilena otra vez.

Al bajar del bus me despedí de la chica. Ella se quedaba en Santiago y me despidió con un «Amarás San Pedro de Atacama, estoy segura«… No se equivocó.

Como todavía tenía tiempo esperando al bus que me llevaría al aeropuerto, decidí probar suerte devolviendo el pasaje «sujeto a disponibilidad» que no había utilizado. Me acerqué al mostrador de la empresa y, con seriedad y algo de resignación, le dije a la empleada que quería devolver el pasaje.

«Oh, sí, no hay problema… Pero las devoluciones son solo al 85% del valor de compra«, me dijo sonriendo después de haber revisado el boleto.

Yo, que no podía creer que de verdad me fueran a devolver dinero (algo utópico para casi cualquier argentino), asentí con la cabeza, le di las gracias y me fui contento.

Compré el boleto hasta el aeropuerto por CLP 1700. Llegué con unos minutos de sobra antes de que empezara el check-in. Todo volvía a estar en orden.

Hice la fila detrás de los mostradores de la aerolínea. El viaje a Chile significó mi primera vez volando con una low-cost. Sinceramente estaba un poco nervioso, porque la tarifa me resultó tan barata para un vuelo que casi me imaginé que el avión tendría alas de cartón. Para que se hagan una idea, pagué lo mismo por el vuelo de Santiago a Calama de lo que hubiera pagado por un viaje en micro de Buenos Aires a Villa Gesell.

En San Pedro de Atacama volvería a resaltar la hospitalidad chilena: No solamente conocería a una familia que me convidaría galletitas caseras y me invitaría a visitarlos a Concepción cuando quisiera, sino que también me alojaría en la casa de un desconocido dispuesto a abrirme la puerta como si fuésemos amigos de años.

Hospitalidad chilena san pedro de atacama
Calle en San Pedro de Atacama

Quizás etiquetar todo esto como hospitalidad chilena sea un poco «egoísta». Quizás es la hospitalidad de la gente alrededor de todo el mundo, que reluce cuando uno viaja solo y no le queda otra que empezar a hablar con extraños y confiar en ellos… Pero yo lo conocí en Chile y siento que es gran parte del por qué regresé enamorado del país vecino. Después de todo, la mejor parte de este viaje no solo fueron los géysers, las lagunas altiplánicas y los volcanes: fueron las personas.

¡Gracias, Chile!

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