Mi viaje a Valencia y el arte de reírse para no llorar

Viajar siempre tiene algo de impredecible. Uno puede planear hasta el mínimo detalle: elegir vuelos baratos, buscar alojamiento con buenas reseñas, armar un itinerario con los mejores lugares para visitar… pero hay algo que nunca se puede controlar: la vida real. A veces la vida real te sorprende con paisajes hermosos, atardeceres inolvidables y comidas deliciosas. Pero otras te recibe con cucarachas, un calor pegajoso y mudanzas a medianoche. Este es el relato de mi viaje a Valencia, una ciudad que me enamoró con su centro histórico y su paella, pero que al mismo tiempo me puso a prueba con situaciones dignas de una tragicomedia.

Bienvenidos a Valencia… ¿qué es ese olor?

Todo comenzó con la mejor de las intenciones: un grupo de amigos, una boda en Valencia y la idea de pasar unos días tranquilos disfrutando del Mediterráneo. El plan perfecto. Habíamos empezado con tres días recorriendo Madrid, que dejó la vara muy alta, y llegábamos en tren a Valencia tras dos horas de viaje más 45 minutos de demora. El primer shock de realidad al bajar del tren: la humedad. Humedad porteña que me transportó a veranos en Buenos Aires y casi me hizo pensar que en cualquier momento podría cortarse la luz… estrés postraumático que todavía tengo que trabajar en terapia.

Llegamos a nuestro alojamiento al noroeste de la ciudad, cerca del conocido Bioparc de Valencia. Parecía correcto en las fotos: amplio, en el Distrito de L’Oliverata pero cerca del metro y “funcional” (esa palabra mágica que en Airbnb puede significar cualquier cosa). Pero la realidad nos golpeó apenas abrimos la puerta.

Un olor indescriptible nos invadió, una mezcla entre desinfectante barato, cloaca y humedad acumulada. No era el clásico “olor a limpio” que uno espera, sino más bien una advertencia en forma de fragancia: “Bienvenidos a Valencia. Prepárense.” El problema estaba en el baño, donde un cartel en español e inglés pedía a los huéspedes no remover los tapones del desagüe salvo para usar el lavabo y la ducha, ni dejar en alto la tapa del inodoro para evitar que los olores (según el cartel «producto de la situación sanitaria en Valencia») invadiesen el apartamento. Lo dejamos pasar, atribuyéndolo -quizá- a las consecuencias de la DANA que azotó a la ciudad 11 meses atrás.

Ese fue apenas el prólogo de una historia que, en retrospectiva, me hace reír. En ese momento, no tanto.

L’Oliverata desde el Parque de Cabecera

Apartamento multi-especie

El Bioparc cercano al apartamento es un parque zoológico donde conviven decenas de especies y es uno de los lugares más lindos que visitar en Valencia. Al caer la noche, después de una visita a la Ciudad de las Artes y las Ciencias y los bares de la playa, descubrimos que en el apartamento también convivían distintas especies: humanos, hormigas, cucarachas, y un cienpiés que hizo un cameo saliendo de la rejilla de la ducha mientras mi amiga Luli la ocupaba.

Las hormigas hicieron su presentación formal caminando por el borde de la mesada de la cocina. Las cucarachas o hicieron saliendo del sofá al abrir este para convertirlo en cama, dejando ver también que el mismo no había sido limpiado ni una vez desde su adquisición. En aquel momento, las múltiples trampas para cucarachas que encontramos bajo cada mueble del apartamento cobraron sentido. Esperable en una ciudad donde hace 30°C a la noche con 95% de humedad, pero difícil de aceptar. Esa mezcla de humedad aplastante y bichos indeseados me devolvió de golpe a Buenos Aires: al subte a las seis de la tarde, a las noches donde ni el ventilador salva, a las ventanas abiertas que dejan entrar más mosquitos que aire fresco. Valencia, en cierto modo, me estaba haciendo sentir como en casa pero por las razones equivocadas.

ciudad de las artes y las ciencias valencia
Ciudad de las Artes y las Ciencias

La boda en Valencia

El segundo día era el tan esperado por mi amiga Mila. Tras un año de planificación, su boda finalmente ocurría en Valencia. Amanecimos espantando hormigas de la cocina y recolectando cadáveres de las cucarachas que llegaron a las trampas. Alguna que otra habrá escapado, otra se habrá escondido, pero era mejor no pensar en ello. No fue la mejor noche de mi vida, donde cada sensación en mi cuerpo era causada una cucaracha hasta que se demostrase lo contrario.

Por decisión casi unánime decidimos dejar los ventiladores andando y el aire acondicionado prendido mientras nos ausentamos para la boda, esperando que el movimiento de aire fresco disuadiese a las cucarachas de buscar refugio adentro. Costó convencer al alemán con más conciencia ambiental del grupo, pero la presión de cuatro latinos reviviendo los traumas de los veranos en Buenos Aires, Córdoba y Venezuela lo logró.

La boda fue un lujo donde la buena comida y el alcohol lograron mitigar los pensamientos cucarachescos y la sensación del mal olor de nuestra mente. Mila es una de las pocas personas por las cuales me pongo un saco con casi 30°C y tal humedad. Yo, casi derritiéndome, no pude evitar reir ante las palabras «¡por suerte no hace calor!« exclamadas no irónicamente por su cuñada. No quiero ni imaginarme cómo ha de ser un viaje a valencia en junio o julio.

La fiesta fue un éxito y también lo fue la estrategia del aire acondicionado en el apartamento. No tan festivo fue revisar cada rincón del apartamento nuevamente antes de irnos a dormir, encontrando apenas dos okupas de ocho patas.

boda en valencia

Visita al Bioparc y la odisea de pedir paella valenciana

El domingo post boda fue de descanso. Nos levantamos tarde y decidimos visitar el cercano Bioparc, al cual llegamos a pie, antes de cenar. La visita es recomendable. Se trata de un parque zoológico que resguarda, rehabilita y colabora con programas de conservación de especies africanas. Es un lugar frondoso y húmedo donde uno se maravilla con colosales animales como jirafas u oranguntanes, pero se va pensando en un insecto en particular: mosquitos. Otro flashback al verano porteño donde esos malditos parecen ser indestructibles, prácticamente inmunes a cualquier repelente. ¿Un punto a favor de Valencia? Lo verde que es. En 2024 fue elegida como la ciudad más verde de Europa (y viviendo en Berlín, eso es mucho decir). ¿La contra? Verde + humedad + calor = me quiero volver a Berlín. Mis piernas, más que por mosquitos, parecían haber sido atacadas por avispas gigantes.

bioparc de valencia
Bioparc

Fue una noche de degustar paella valenciana en la ciudad vieja. Cambiamos los monoblocks de ladrillo y veredas rotas del noroeste de la ciudad por antiguas y elegantes fachadas y callecitas peatonales bien iluminadas. Degustar paella en Valencia no es tan simple como suena: hay que averiguar cuáles son las normas del restaruante. Algunos permiten order un solo tipo de paella por mesa. Otros permiten dos o más tipos, pero siempre que haya un mínimo de dos comensales por paella. Otros no la sirven pasado determinado horario. Mi consejo es investigar bien cada restaurante y preguntar cómo es la cosa en cada uno. Esto puede ser muy complicado si tu viaje a Valencia fuese con vegetarianos o veganos, dos tipos de persona que -como en Argentina- son una especie extraña en España. Eso sí: la paella no dejó lugar para críticas. Estaba exquisita.

El último día en Valencia

Terminamos la tercera noche en Valencia con la cacería de cucarachas que ya se había vuelto tan rutinaria como cepillarse los dientes antes de dormir. Nuestro último día de este viaje a Valencia lo pasamos reconciliándonos con la ciudad, explorando la ciudad vieja, el Mercado Central, los parques que atraviesan la ciudad, el Oceanográfico y la playa. Bajo el calor del sol, reencontrándome con esa odiosa costumbre de no dejar bajar a la gente antes de subirse al metro o al bus, probando la famosa horchata (bebida tradicional preparada con agua, azúcar y chufas) y el agua de Valencia (cóctel que incluye cava, jugo de naranja, vodka y ginebra) pero también mimando al paladar con empanadas argentinas. Punto para España: lo fácil que es encontrar buena comida argentina en las ciudades. Cuando cayó el sol y pensamos que, al final, la estadía en Valencia no había sido tan mala después de todo, la ciudad dijo «no tan rápido, chicos…«

viaje a valencia
Oceanográfico

Resulta que durante nuestro último día en Valencia, el edificio donde nos hospedábamos se había quedado sin agua. La opción de solicitar un reembolso y buscarnos un hotel por la última noche quedó rápidamente descartada ya que no logramos encontrar disponibilidad en ningún hotel aceptable en la ciudad, ni podíamos alejarnos demasiado ya que por la mañana debíamos volar de regreso a Berlín. Imaginate el cuadro: 32°C de calor, la transpiración pegajosa de todo el día, y de golpe ni una gota de agua para ducharse, cocinar o siquiera lavarse las manos. Fue el punto de quiebre. El dueño, con voz nerviosa ante una nueva queja de nuestra parte, nos dijo que no nos preocupáramos: que tenía “una solución rápida”. Así fue que, pasadas las 9 p.m., empezó la odisea de cambiarnos de apartamento.

playa de valencia
En la playa de Malva’Rosa, cuando parecía que los problemas ya se habían acabado

La mudanza nocturna

El dueño del apartamento, Román, que no hablaba español, nos indicó que contactáramos a un tal Patrick para coordinar el ingreso a un nuevo apartamento, ubicado a unos 15 minutos a pie sobre la Avenida del Cid. Como toque extra, la responsabilidad recaía en nosotros porque Patrick a él no le estaba contestando el teléfono. Tras exijirle a Román una copia de la reserva en este nuevo Airbnb, recibimos un par de screenshots con apenas una dirección y horario de ingreso. No nos quedó otra opción que confiar.

Al llamar a Patrick, el mismo me corta el teléfono y me indica que no puede hablar, que le escriba en cambio. También nos indica que no podemos ingresar al apartamento dentro de los próximos 30 minutos porque la reserva entró hace muy poco tiempo. Tras este breve intercambio, quedó en que nos confirmaría horario y procedimiento para el check-in.

Mientras tanto, nosotros con las valijas armadas, sudor y hambre, nos enfrentábamos en paralelo a un grupo de tres hombres borrachos al otro lado de la puerta de entrada intentando ingresar a nuestro apartamento. A esta altura yo buscaba la cámara oculta porque me sentía en uno de esos programas de TV donde juegan bromas de mal gusto. Tras una conversación innecesariamente larga con los borrachos, explicándoles que de ninguna manera ingresarían a nuestro apartamento, estos finalmente se retiraron al apartamento contiguo, que sí era el que habían reservado.

A eso de las 9:15 p.m. un tercer mensaje de otro número desconocido, también sin foto de perfil o nombre, me escribe indicándome que era la persona de las llaves para coordinar la entrada al nuevo apartamento.

Tras otra innecesariamente larga conversación con esta persona, finalmente logramos coordinar la entrega de llaves y dejamos atrás el apartamento de las cucarachas y olores, con poca fé en lo que nos deparaba en el nuevo lugar. Con la peor de las ondas, bañados en sudor, arrastramos nuestro equipaje hasta la ubicación indicada sobre la Avenida del Cid, quizá el lugar más feo de Valencia.

valencia de noche
Las fotos que habíamos tomado horas antes en la ciudad vieja parecían otro mundo al lado de dónde estábamos ahora.

¿El Airbnb que no era Airbnb?

Subimos hasta el quinto piso con el señor que tenía las llaves, quien nos cuenta que a él lo llamaron a último momento para limpiar el apartamento. Se quejó de que siempre le avisaban que ingresaría gente al apartamento a último momento. El ascensor era uno de esos diminutos, con puertas de metal, como los que aún se usan en los edificios viejos en Argentina.

Al ingresar al apartamento nos encontramos con paredes blancas manchadas con manos y líneas que sugerían el imprudente movimiento de muebles. Del cielorraso colgabas focos de luz fría que le daban un otque así como de carnicería. Los zócalos tenían capas de tierra que sugeríanque nadie los había limpiado desde hacía meses. El enchapado de la mesa y armarios estaba levantado o roto. También lo estaba el laminado del suelo, que crugía al andar. Había dos habitaciones con camas dobles y dos camas individuales en lo que sería el living-comedor-cocina, todas con delgados colchones de goma espuma y sábanas que no los cubrían en su totalidad. Un pequeño aire acondicionado hacía ruidos de fondo y los ventiladores de pie temblaban tanto que parecían poseídos por un espíritu. El inodoro no estababien fijado al suelo y se tambaleaba como un toro mecánico al sentarse en él. Finalmente, la ducha no tenía soporte para el duchador y el agua del mismo salía en todas direcciones. Pero había agua y, al parecer, éramos los únicos seres vivos en el apartamento. Fuimos advertidos acerca de no abrir la ventana del baño «para que no ingrese mal olor».

El hombre se despidió indicándonos cómo hacer el check-out: «Cuando se retiren mañana vayan a la tienda de kebab casi en la esquina. Junto a esa tienda hay un africano. Ahí entregan la llave«. Sin saber si el africano era una persona o un restaurante, ni con energía para seguir hablando con nadie, cerramos la puerta detrás del hombre y tomamos turnos para ducharnos (como pudimos) en el pequeño baño tratando de salpicar lo menos posible. Por supuesto que no había ni trapeador ni cortina de baño.

Esa noche nadie pegó un ojo. La curiosidad nos hizo buscar el apartamento en Airbnb y el pánico se apoderó de nosotros cuando no pudimos encontrarlo. Daba la sensación de que el sitio había sido liberado para nosotros a último momento. Era evidente que la limpieza había sido apresurada, que las toallas que nos dieron haían sido compradas quizá ese mismo día (de distintas formas y colores, con olor a nuevo), y que el principal uso del apartamento no era el de un alquiler vacacional. Parecía escenografía de documental policial y no costaba imaginarse a un asesino serial operando en esas camas. Con la ayuda de Google logramos encontrar el anuncio en Airbnb, con unas pocas reseñas de todo tipo, para calmar un poco nuestra ansiedad. La disposición de muebles era distinta, con fotos tomadas en otro tiempo, otros muebles, ropa de cama y puertas .

La calma duró hasta que sentimos pasos en el pasillo, ya en nuestras camas a eso de las 2 a.m. Primero se oyeron lentos y luego apresurados. Muy probablemente hayan sido ruidos de apartamentos contiguos, pero la paranoia inducida por la falta de sueño nos llevó a revisar cada armario en busca de puertas secretas. Jamás creí que iba a escribir esto, pero por suerte solo encontramos cucarachas. Por las dudas, dejamos la llave puesta en la cerradura para evitar que alguien que tuviera otra copia entrase durante la madrugada. ¿Había estado alguien más ahí? No hubiéramos oído la puerta abrirse entre el ruido del aire acondicionado y los ventiladores. A esa altura estábamos entre el llanto y las risas, delirantes por el calor y el estrés de la noche, teorizando sobre el orígen de las manchas en la pared y un recientemente identificado agujero en el interior de la heladera.

Dejamos el apartamento por la mañana, poco antes del amanecer ,para ir camino al aeropuerto con tiempo de sobra. Sin mirar atrás, sin hacernos más preguntas acerca de los ruidos, las manchas, ni las causas detrás de por qué ahora nos picaba el cuerpo. Volveríamos a Berlín agradecidos por las nubes, el aire fresco, y el reencuentro con nuestras camas tras la ducha más intensa que me haya dado en mi vida.

Tips para tu viaje a Valencia

Si después de leer todo esto igual querés visitar Valencia -y deberías, porque es una ciudad muy linda- acá van algunos consejos prácticos:

  1. Verificá el alojamiento con lupa. No te quedes solo con las fotos: leé reseñas recientes, no confíes en apartamentos con pocas reseñas, e infórmate sobre el área más allá de la conveniencia para el transporte público. En mi experiencia, una puntuación de menos de 4.30 en Airbnb o menos de 8.2 en Booking ya no es buena.
  2. Evita la Avenida del Cid y el oeste de la ciudad. Las mejores zonas son la ciudad vieja, Mestalla y los alrededores de la Universidad de Valencia. El Cabanyal‑El Canyamelar, entre la playa y la ciudad, tampoco es de las mejores zonas.
  3. Viajá con plan B. Tené siempre un par de alojamientos alternativos guardados en favoritos para contactar en caso de emergencia. Nunca sabés cuándo vas a necesitar mudarte de urgencia.
  4. Aceptá lo inesperado. Los imprevistos son parte del viaje. Si lográs tomarlos con humor, la experiencia pesa menos y el mal trago pasa más rápido. ¡No dejes que un mal alojamiento arruine el viaje entero!

Valencia me dejó un recuerdo contradictorio: por un lado, la ciudad me encantó con sus mercados y parques, su gastronomía y su verde. Por otro, me regaló una de las experiencias más caóticas de mi vida como viajero. Al final, viajar también es eso: abrazar el caos, coleccionar anécdotas y entender que hasta las peores noches pueden transformarse en historias divertidas.

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