campo de concentracion sachsenhausen

Y un día visité un campo de concentración…

Debe ser lo que más me han preguntado desde que vivo en Alemania. Más que por el clima, más que por mi trabajo, más que por la comida: «¿Ya fuiste a un campo de concentración?«. Lo poco que vi de Alemania hasta ahora me mostró que es un país increíble, lleno de historia, cultura, diversidad, y hasta paisajes. Lamentablemente, lo primero que a muchos les viene a la mente al pensar en Alemania es su parte más oscura, aquella que no necesita presentación. Por triste, fuerte, o desolador que sea visitar un campo de concentración -y aunque no nos guste- creo que es una de esas cosas que hay que hacer cuando se viaja a Alemania… o cuando se vive acá. Y debo decir que me resistí varios meses desde mi mudanza a Berlín hasta que finalmente me subí al tren que llega a Oranienburg y visité el campo de concentración de Sachsenhausen. No me sentía listo, pero Berlín te curte con el tiempo.

Sachsenhausen es el campo de concentración más cercano a Berlín, y se llega con el tren S1 o cualquiera de los regionales que se detenga en Oranienburg, en el estado de Brandenburgo. Si viajas a Berlín y te gustaría visitar un campo de concentración, te dejo la página web para que consultes los horarios, visitas guiadas, y cómo llegar. El predio también se puede recorrer por libre con las audioguías que están disponibles para los visitantes en varios idiomas, y esto no tiene costo.

En marzo de 1933, el regimiento local de la SA (Sturmabteilung, la «división de asalto» nazi) instaló en Oranienburg el primer campo de concentración en lo que en aquel entonces era Prusia. La localidad tomaría un rol clave en la persecución de oponentes políticos tras la toma del poder el Partido Nacionalsocialista. El campo de concentración de Oranienburg se construiría tres años después. Más de 200.000 perseguidos políticos y personas consideradas «no aptas» por su religión, origen étnico, u orientación sexual serían apresadas en Sachsenhausen durante los siguientes años. La SS (Schutzstaffel) era la encargada de llevar a cabo estas persecuciones. Decenas de miles perderían la vida por hambruna, trabajo forzado, torturas físicas y psicológicas, y/o enfermedades.

Mis pocos meses en el país fueron suficiente para ver el respeto y la vergüenza con la que los alemanes hablan del nazismo. En cada museo, monumento, o sitio representativo del Holocausto se refuerza el concepto de que «no puede volver a pasar» y se ahonda en las razones y crisis sociales, económicas, y políticas que llevaron al Nacionalsocialismo al poder. Junto al campo de concentración de Sachsenhausen funciona una escuela y academia de policías, y su ubicación de cara a las paredes de Sachsenhausen es a propósito. Porque esto «no puede volver a pasar».

visitar un campo de concentracion en berlin
Entrada al campo de concentración de Sachsenhausen

Se ingresa a través del centro de visitantes y luego se debe recorrer un camino de unos 400 metros que bordea las paredes del campo de concentración. Se ven las primeras torres de vigilancia. Es literalmente como bordear una prisión. Una prisión donde no había criminales. Finalmente se llega a las rejas de entrada, con las infames palabras «Arbeit macht frei« (que se traduce a algo así como «el trabajo los hace libres») presentes en todos los campos de concentración.

De los más de 50 barracones donde los prisioneros vivían, solo queda uno para visitar. El resto fueron demolidos y, en su lugar, quedaron los espacios libres rellenados con piedras a modo de homenaje. El día que de la visita al campo de concentración hacía mucho frio, y había nevado. Al entrar al barracón casi no se sentía diferencia con el frío exterior. De manera inevitable, uno lee los carteles que relatan cómo era la vida y se conmueve. El hacinamiento (los barracones estaban diseñados para albergar unas 150 personas, pero solía haber más de 400), las limitaciones al uso de «baños», las condiciones de higiene, la posibilidad de asearse en piletones después del día de trabajo forzado son algunas de las cosas que se ilustran. Uno solo puede imaginar ese infierno, y seguramente ni los pensamientos más oscuros se acerquen a lo que habrá sido la realidad.

Los trabajos incluían la construcción de búnkeres, desarrollo de armamento, y falsificación de dólares y libras en lo que fue una de las operaciones de falsificación de moneda más exitosas de la historia. Los prisioneros eran forzados a trabajar jornadas extensas, sin importar condición.

El barracón museo mantiene muchos de los elementos originales. Otros fueron recuperados o reemplazados después de un incendio. Hay un área que relata brevemente las vidas de algunos de los prisioneros, quiénes fueron antes y después del encierro. La mayoría eran o se volvieron activistas por los derechos humanos, y no eran un grupo homogéneo: entre ellos había judíos, gitanos, homosexuales, militares soviéticos, etc. Se exhiben diarios, cartas, y elementos personales.

piletas de aseo del campo de concentracion de sachsenhausen
Piletones de aseo
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Barracón museo

A metros del barrancón estaba la prisión del campo de concentración. Ahí iban a parar aquellos prisioneros que desobedecían las órdenes de trabajo, o quienes eran descubiertos en posesión de algún elemento prohibido (por ejemplo, algunos detenidos se las habían ingeniado para ingresar Torás escondidas en sus uniformes). En la prisión se los sometía a torturas físicas, que están ilustradas en algunos carteles que yacen en las antiguas celdas. El encierro era en total oscuridad, y podía durar varios días; aunque en algunos casos llegó a durar meses. Para la mayoría, la prisión del campo de concentración representó la antesala de la muerte. Los intentos de fuga eran penados directamente con la muerte por ahorcamiento delante de los demás prisioneros.

Las imágenes son tan solo dibujos, pero son muy gráficas. Aun así no es nada que no hayamos visto antes. Todos oímos hablar de los horrores cometidos durante la Segunda Guerra Mundial, pero no es hasta que te encuentras in situ que tomas dimensión de ciertas cosas. Y Sachsenhausen no es siquiera el «más fuerte» de los campos de concentración que se pueden visitar en Alemania, Polonia u otros países que estuvieron bajo el control nazi. Porque este no era un «campo de exterminio», como sí lo fue Auschwitz, por ejemplo. Pero te causa algo difícil de definir; como una cachetada emocional, de esas que te bajan a tierra para recordarte que el Infierno puede existir en la tierra.

Quizá la parte más fuerte, junto a las imágenes de torturas, sea la Enfermería. Se mantiene uno de los barrancones donde funcionaba la enfermería que, más bien, era un sitio de experimentación. Hay registros de muchos de los experimentos médicos ilegales que se llevaron a cabo con los prisioneros, además de prácticas de esterilización. De nuevo, no es algo que no fuera de público conocimiento, pero a uno le pega distinto al estar en el lugar de los hechos.

campo de concentracion en oranienburg

En abril de 1945, antes de la inminente derrota del nazismo, las tropas soviéticas ingresaron al campo de concentración de Sachsenhausen. Fue a las 11:08, la hora que siempre marca el reloj de la entrada al mismo y que pasó a ser «la hora de la liberación». Pero esto no significó el fin de Sachsenhausen.

Durante la ocupación soviética de Berlín, entre 1945 y 1950, el campo de concentración fue usado para arrestar a colaboradores y funcionarios del gobierno nazi, y a antiguos militares alemanes que habían sido tomados como prisioneros por las fuerzas de los Aliados occidentales. Hacia 1950 también se apresó a desertores políticos del régimen soviético.

Tras el cierre del predio como campo de concentración después de 1950, se lo acondicionó para que pudiera ser visitado. Unos diez años más tarde se erigió un obelisco conmemorativo de la liberación soviética, con la estatua de un soldado liberado a dos prisioneros. Bajo sus figuras están gravados los nombres de decenas de países, que son los países de origen conocidos de aquellas personas a quienes se les arrebató la vida en Sachsenhausen.

Monumento soviético en el campo de concentración de Sachsenhausen
Monumento soviético en el campo de concentración de Sachsenhausen
visita al campo de concentración de sachsenhausen
Algunos de los barracones que se preservaron, incluyendo la enfermería.

Berlín no tarda en curtirte. Es una ciudad verde, viva, festiva, muy libre, pero donde todo a tu alrededor está manchado por la parte más oscura de la historia contemporánea. Admiro su resiliencia y cómo se reconvirtió en una antítesis de aquello que representó hace menos de un siglo, que es nada en la historia de la humanidad. Pero más admiro cómo Berlín se dirige hacia adelante sin olvidar ese pasado. A veces está bien escondido, pero aún así no cuesta toparse con la historia, que está siempre ahí, disponible para quien quiera ver. Visitar un campo de concentración fue como llegar al último capítulo de un libro que se empieza a leer desde el momento en que pones un pie en la capital alemana y tu cerebro empieza a recibir toda esa información sobre al antes, el durante, y el después del nazismo.

La historia alemana del siglo XX es increíblemente compleja: de monarquía a república, a golpe de Estado, a fascismo, a guerra, a división, a Guerra Fría, a reunificación, y todo en menos de 100 años. Todo lo que pueda contarte será siempre apenas la punta del iceberg, así que me limitaré a recomendarte que -cuando estés en Alemania y sientas que es el momento- hagas una visita a un campo de concentración. No es lindo, no es grato, pero es necesario.

Personalmente, necesité de una larga caminata para despejar un poco la cabeza y quitarme la sensación de «piel de gallina» del cuerpo, que aquel día no fue causa del frío. Por suerte para mí, Oranienburg tiene un hermoso bosque y lago para ello.


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