Poco sabía de las cosas que ver en Bratislava. Aún menos sabía sobre la historia de la capital eslovaca, ni del país en general. Mi breve viaje por Europa del Este me llevó a esta pequeña ciudad a la orilla del Danubio. Llegué en tren desde Budapest. La ruta empieza bordeando meandros y ofreciendo vistas de las montañas del norte Hungría. El paisaje se sentía como un cuadro de colores otoñales, tejados rojos, y cielo azul. Tras cruzar la frontera húngaro-eslovaca empieza una transición paisajística donde las montañas dejan lugar a llanuras cultivadas y pequeños pueblos que definitivamente han visto mejores tiempos. La estética de Europa Oriental se hace sentir en los edificios grises, cuadrados y monótonos que conforman estas pequeñas ciudades rurales de Eslovaquia. La única señal que indica que nos acercamos a la capital de un país es el anuncio por altoparlante en el tren. Es que, incluso a 5 minutos de arrivar a la estación central de Bratislava, el paisaje continúa copado por campos y pequeñas casas, con leves ondulaciones.
La estación central de Bratislava está a unos 15 minutos a pie del centro de la ciudad. Ubicada en una zona alta de la levemente montañosa ciudad, desde la plaza frente a ella se pueden vislumbrar un par de altas torres que logran darle cierto aire de importancia a la capital. Pero ni la estación es bulliciosa ni las calles a su alrededor caóticas o sucias. Por el contrario, el ambiente se siente calmo y casi acogedor, como si de un suburbio se tratase.
A primera vista, Bratislava tiene un estilo un poco ecléctico. Edificios clásicos, otros barrocos, otros modernos, en todos los estados posibles. Desde prolijas, recientemente renovadas fachadas, hasta edificios prácticamente en ruinas o abandonados. En camino al centro de la ciudad se pasa por la Plaza de la Libertad (Námestie slobody), una gran explanada de marcado estilo socialista, rodeada de edificios administrativos que evocan al período comunista que vivió Eslovaquia entre 1948 y 1989. Esta plaza es un lugar interesante que ver en Bratislava, ya que ofrece el primer vistazo a esta parte de la historia eslovaca, que claramente será tema recurrente en museos y tours. El Palacio Presidencial, uno de los edificios más bonitos que ver en Bratislava, se encuentra a pocos pasos de esta plaza.
La calle Obchodná es un híbrido para peatones y tranvías, rodeada por tiendas económicas y restaurantes con bajos precios. Conduce directo al centro histórico de Bratislava, que es la principal atracción de la ciudad. La vibra es un tanto extraña, aunque no en el mal sentido. Hasta ahora, Bratislava se siente tranquila, casi que detenida en el tiempo, con construcciones que atestiguan el paso del tiempo y que sirven de recordatorio de que la ciudad ha visto mejores épocas. A lo lejos, envuelto en una fotogénica neblina, el Castillo de Bratislava le da un toque de fantasía a lo que de otra manera sería una típica ciudad de Europa del Este.
Tras cruzar una amplia avenida copada por tranvías y autos, destaca la Puerta de San Miguel con su ornamentada torre turquesa. Este arco marca el punto de ingreso a la ciudad vieja de Bratislava, directo en una de sus callecitas principales: Michalská.
El cambio de panorama es notorio al ingresar a la ciudad vieja. Calles peatonales más angostas, flanqueadas por coloridas fachadas, carteles en inglés, turistas concentrándose en cafés y restaurantes, y mucho arte al aire libre. El contraste con las vidrieras oscuras y anticuadas que se veían de camino a esta zona es total. También lo es el estado de los edificios.
La ciudad vieja es, definitivamente, el lugar que hay que ver en Bratislava. Es una cómoda opción donde alojarse en Bratislava si pensasen en pasar la noche, aunque opciones más económicas encontrarán alrededor de la calle Obchodná, donde me hospedé yo. Es la zona más interesante que ver en Bratislava desde el punto de vista monumental y artístico, aunque cabe aclarar que los precios son notablemente superiores a los de otras zonas de la ciudad.
Esta zona a orillas del Danubio ha estado poblada desde hace más de mil años. Los antepasados eslavos de los modernos eslovacos llegaron entre los siglos V y VI. La zona sería luego disputada por bávaros y húngaros, cambiando su nombre de Brezalauspurc a Preslava, a Pressburg, a Pozsony. El nombre Bratislava aparece en documentos en el siglo XIX, en referencia al gobernante Bretislao I de Bohemia, pero no fue oficial hasta 1919 cuando la ciudad pasó a formar parte de Checoslovaquia. La tumultuosa historia de Eslovaquia es clave para entender a Bratislava, y es por lo que recomiendo realizar al menos un free walking tour por Bratislava aunque solo dispongas de un día en la capital eslovaca.
Bratislava creció considerablemente en la Edad Media por su estratégica ubicación sobre el Danubio y tras su designación como capital del Reino de Hungría en 1536, cuando Budapest se vio ocupada por las tropas otomanas. En consecuencia, durante el período Habsburgo (1536-1830), la ciudad sería sede de coronaciones reales y centro político y cultural del reino. Sin embargo, el siglo XVII se caracterizó por levantamientos anti-Habsburgo, la lucha contra los turcos, inundaciones, plagas y otros desastres. Vestigios de estas transiciones pueden observarse en algunos edifcios, como en la farmacia Salvator, la más vieja de Bratislava que aún funciona como una antigua bótica y mantiene su cartelería en eslovaco, húngaro y alemán.
Después de la Primera Guerra Mundial la ciudad pasó a formar parte de Checoslovaquia. Para la Segunda Guerra Mundial, Eslovaquia serviría de estado títere bajo el control nazi, sufriendo bombardeos, deportaciones masivas, y culminando en la posterior ocupación soviética. La «cortina de hierro» caería prácticamente sobre el Danubio, separándola de la vecina Viena tanto política como cultural y económicamente. El período comunista estaría marcado por la rápida expansión de la ciudad con recursos económicos limitados para tal fin.
Tras la caída del comunismo, Bratislava se convirtió en la capital de la independiente República Eslovaca, experimentando un auge económico y cultural. «Acá el comunismo hizo más daño que la Segunda Guerra Mundial«, relataba la guía que nos mostraba la ciudad vieja y nos contaba del estado de desidia en que se encontraba para 1990. La remodelación de su ciudad vieja, así como la del castillo, fue iniciativa de los propios residentes. El pueblo eslovaco es relativamente joven, y ha atravesado un vertiginoso camino para consolidar una identidad nacional en estas tierras que pasaron por varias manos antes de llegar a ser Eslovaquia. El centro histórico de Bratislava busca reflejar eso, en cierto modo.
Se puede conocer Bratislava en un día, aunque yo recomiendo pasar ahí una noche. Las prolijas calles y plazas de la ciudad vieja son dignas de descubrir. Más allá de las tiendas y restuarantes locales, la escena artística es también protagonista. Hay esculturas ocultas a simple vista por todos lados. La más famosa es la de un hombre sonriendo desde una alcantarilla, «Man at work». Curiosamente no representa a nadie en particular, ya que el artista solo buscaba generar el mismo efecto en los transeúntes: hacerlos sonreir.
Las plazas de la ciudad vieja son coloridas y relajadas, la mayoría bordeadas por elegantes edificios barrocos y clásicos que recuerdan un poco a Praga y un poco a Viena, pero sin lo ostentoso y empalagoso de estas capitales. Bratislava es más simple. El edificio del Teatro Nacional de Eslovaquia frente a la plaza Hviezdoslav (que sirve de extenso parque lineal en una de las zonas más elegantes de la ciudad) es digno de apreciar. Las acogedoras plazas Hlavné y Primaciálne conectan con otras calles a través de callejones y pasajes medievales, además de alojar mercados callejeros y a algunos de los edificios más lindos que ver en Bratislava. Llegar hasta la costanera sobre el río Danubio vale la pena, donde resalta el puente Most con su icónico restaurante sobre los dos pilares que sostienen al puente. Al otro lado del río podrás ver la típica arquitectura cuadrada y económica que caracterizó la expansión urbana durante el período comunista, en contraste con la ciudad vieja.
La Catedral de San Martín es el templo más importante de la ciudad. Antiguamente sede de coronaciones, carece del esplendor que normalmente va a asociado a tal fin. El templo parece más una iglesia común que una catedral. Su torre no contiene una cruz sino una corona, reprsentando el estatus de ciudad real que tuvo Bratislava. Otra característica que está emplaza en un lugar que, a primera vista, parece extraño: parte de las paredes exteriores del templo se fusionan con la antigua muralla de la ciudad, dándole fines defensivos además de religiosos. Detrás de la iglesia hay una autopista que desentona completamente con la estética antigua y tradicional de la ciudad vieja, producto de la expansión urbana durante el comunismo. Pero también hay espacios vacíos, que no queda claro si se trata de espacios públicos o terrenos valdíos.
¿Qué pasó aquí? La iglesia solía estar rodeada por parte de las murallas de la ciudad y parte del barrio judío de Bratislava. El barrio judío fue demolido casi en su totalidad después de la guerra, creándose la autopista en su lugar y cambiando la fisionomía de esta zona de la ciudad para siempre. Algo muy interesante que ver en Bratislava es, de hecho, virtual. A metros de la catedral, bajo la autopista encontrarán un mural que contiene un córdigo QR. Al escanearlo serán redirigidos a una app que te permite explorar cómo era el barrio judío y los alrededores de la catedral antes de la guerra. Esto es gratuito.
Tras mostrarnos la iglesia, la plaza y monumentos alrededor, y contarnos un poco de la historia del barrio judío de Bratislava, la guía nos llevó al otro lado de la autopista y sobre calles adoquinadas para dirigirnos al Castillo de Bratislava.
El barrio de rodea al Castillo de Bratislava está compuesto por calles angostas y edificios de aite un poco lúgubre, aunque coloridos. El terreno asciende y los pasajes escalonados permiten tomar atajos hasta llegar al primero de varios miradores. Lo primero que llamó mi atención fue la escultura de una mujer con cabello ondulado, como si lo moviera el viento, rodeada de cuatro pájaros que la observan. Se llama Bosorka, y conmemora a las mujeres acusadas de brujería que fueron asesinadas tras ello.
El segundo mirador se encuentra al pie del castillo y permite acceder a los jardines barrocos del mismo. Pasé un buen rato en la cima de esta colina capturando las inconsistencias de la fachada del castillo y disfrutando de las vistas de la ciudad. El castillo, por dentro, no tiene nada de especial. Sirve de museo más que nada. La reconstrucción es reciente y producto del esfuerzo de los ciudadanos de Bratislava, que financiaron el proyecto.
La ciudad se ilumina lentamente, pero mantiene un aspecto lúgubre a pesar del alumbrado. Fue muy lindo verla desde el castillo, pero mejor fue recorrerla en esa oscuridad. Una de las mejores cosas que hacer en Bratislava quizá sea alguno de los walking tour que relatan misterios, leyendas, e historias oscuras que sucedieron hace siglos y hace no mucho. Aunque las plazas de la ciudad vieja rebozan de vida, con vívidos bares, restaurantes y terrazas, las callecitas cercanas son silenciosas, en penumbras, y algunas hasta inspiran desconfianza.
Aunque esta imagen oscura le sienta bien, ha sido explotada por autores y cineastas al punto de perjudicarla. Bratislava sufrió un impacto negativo tras el estreno de la película Hostel, que dañó su reputación entre viajeros por más de una década. Pueden leer más sobre esto en este post de cineturismo.es. La realidad es que Bratislava es muy segura (con excepción de los típicos carteristas que se pueden ver en cualquier destino turístico) y sus habitantes, aunque algo fríos y de pocas palabras, hospitalarios.
La noche en Bratislava se despide con una buena cena. La comida eslovaca, similar a la checa, la polaca, o la húngara, presenta variedades de papas, col, carnes de cerdo y oveja, y quesos. Bryndzové Halušky (dumplings con queso de oveja). Destacan la Gulášová Polievka (sopa tipo goulasch), los Bryndzové pirohy (pierogis relleno de bryndza), el Vyprážaný syr (queso frito con patatas fritas y salsa tártara) y, por su cercanía a Austria, el Schnitzel.
Es injusto juzgar a Bratislava cuando la ciudad suele ser visitada durante un viaje por Europa del Este en tren. Ya sea que vengas de Praga o Budapest, la vara estará alta y la capital eslovaca quedará fácilmente eclipsada por la opulencia y elegancia de sus vecinas. Y si llegases a Bratislava desde la vecina Viena (cosa que mucha gente hace al visitar la capital austriaca), difícilmente algo te sorprenda. Por suerte los guías locales se encargaron de mostrarme la cara más interesante de Bratislava (y Eslovaquia): una ciudad consciente de su pasado y segura de sí misma, que refleja la resiliencia de un pueblo como el eslovaco, que tanto padeció hasta lograr consolidar una identidad nacional. Una ciudad que puso mucho esfuerzo en reconstruirse, en sacarle una sonrisa a su gente (única finalidad de la famosa escultura del hombre trabajando), y que invita a aprender sobre uno de los países menos visitados de Europa y su pueblo.
¡Buen viaje!
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