El miércoles 25 de enero llegué a la terminal de buses de Pajaritos, en Santiago de Chile, directo desde el aeropuerto. Allí compré un pasaje de ida a Viña del Mar con la empresa TurBus. El costo del pasaje de ida fue de CLP 4800 (pesos chilenos), unos 7,40 dólares.
Le pregunté al vendedor si podía comprar el pasaje de regreso desde Viña del Mar para el sábado. Me dijo que podía comprarlo para la fecha o comprar uno con vuelta abierta que podría usar cuando quisiera dentro de los 60 días después de adquirido. Elegí comprar el pasaje de regreso con fecha para el sábado ya que ese día tenía que estar en el aeropuerto nuevamente para tomar mi vuelo a Calama. Pero en algún lado durante la conversación con el vendedor habrá habido una confusión porque, ya sentado en el bus camino a la costa, me percaté de que me había vendido el pasaje con vuelta abierta. No le di mucha importancia y traté de dormirme.
Casi una hora después, el bus se detuvo junto al camino y tuvimos que bajar en medio de la ruta. Se había roto una tubería y el piso inferior estaba lleno de agua caliente. Así que junto al bus descompuesto y bajo el sol del mediodía, esperamos poco más de una hora hasta que otro bus nos llevara hasta Viña del Mar.
Solo, con mi mochila, sin conocer a nadie, varados junto a la ruta en otro país. Mi primer viaje solo empezaba así y era inevitable pensar «¿Quién me mandó…?«.
Una señora, madre que viajaba a la costa con su familia, se acercó a ofrecerme agua. Acepté y nos quedamos charlando.
«¡Ay que vergüenza que esta sea tu primera impresión de Chile! Estamos quedando muy mal los chilenos con los turistas…» me dijo, mirando al bus con tristeza.
Mi respuesta fue: «Señora… ¿Ha estado en Argentina?…«. Le conté de varios viajes en bus que fueron para el olvido y pasamos el rato riéndonos de la situación. Charlamos de Chile y de Argentina hasta que volvimos a estar en camino a Viña del Mar. No se si habrá sido su don natural de madre o qué, pero la señora me calmó y me hizo sentir tranquilo.
La ruta a Viña del Mar desde Santiago es una autopista que pasa entre montañas y valles con viñedos (El estado del camino es impecable y deprime a cualquier argentino que haya transitado nuestras rutas). Pero la mejor parte es la llegada llegada a Viña del Mar. Es impresionante. La ruta comienza a descender por la montaña y se ve toda la ciudad, con el Pacífico a sus pies.
Primeros pasos en Viña del Mar
Caminé hasta el hostel desde la terminal de buses. Unas 10 cuadras que parecían nunca terminar conforme empezaba a subir por la calle más empinada por la que haya caminado. A primera vista, Viña del Mar me pareció una ciudad grande y turística como tantas: pasé junto a grupos de turistas con cámaras colgadas del cuello pero también junto a gente durmiendo en la calle.
Tras haberme registrado en el hostel y dejado mis cosas en mi cama, decidí salir a explorar solo. No llegué a poner un pie afuera del hostel cuando una chica de Rosario y un chico de San Juan me llamaron para invitarme a la playa con ellos y otros huéspedes del hostel. Juntos nos tomamos un bus local hasta Reñaca y allí nos reunimos con el resto.
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Mi primera tarde en Chile terminó en la playa, rodeado de argentinos de distintas provincias. Mi primera noche terminaría igual, pero en el hostel comiendo pizzas a la parrilla y acompañado también de un par de personas de otros países.
Conociendo Viña del Mar
A la mañana siguiente yo me desperté temprano. Aproveché para ir a comprar un adaptador, porque el que yo había llevado no funcionaba y no tenía forma de cargar mi celular para avisarle a mi familia que estaba vivo y con todos mis órganos. Eran las 9 de la mañana pero ninguna tienda abría hasta pasadas las 10:30… La calle Valparaíso -la principal de Viña del Mar- estaba desierta.
Decidí ir a pasear por la costa para hacer tiempo. Tampoco había mucha gente y el clima no ayudaba, pero eso no le quitó la belleza a la ciudad. Pasé por el reloj de flores, fotografié el famoso casino de Viña del Mar, visité el Castillo Wulff -no vale la pena, hay un par de pinturas adentro y nada más- llegué hasta el muelle de pescadores y, al alcanzar la zona moderna de la ciudad, me metí en uno de los malls a buscar el adaptador.
Al norte de la ciudad está el distrito comercial con varios malls, paseos de compras al aire libre, cine, y modernas torres. Los centros comerciales no eran tan grandes como los que visitaría luego en Santiago pero aún así me sorprendieron. En Chile tienen las tiendas Falabella, Ripley y Paris dentro de los malls. Son tiendas que venden desde ropa hasta electrónica y artículos de bazar. Son como shoppings adentro de los shoppings… Una mamushka de centros comerciales. En aquella época existía el furor por las compras en Chile, y todo estaba repleto de argentinos.
Chile me recordó mucho a Estados Unidos no solo por la cultura de consumo sino por las marcas. En los malls se encuentran desde Dunkin’ Donuts hasta Forever 21, y otras marcas que en Argentina no tenemos. Además, varios centros comerciales ofrecen una tarjeta de descuentos para el turista (que se adquiere gratis y en segundos).
Iba a regresar al hostel para almorzar pero para ese momento las nubes se disiparon y dejaron ver el sol. Me puse a caminar de nuevo. Me perdí varias veces pero lo genial de perderse en Viña del Mar es que basta con subir un poco por alguna calle hasta ver el mar y ahí uno se orienta de nuevo… Eso o llevar un mapa, cosa que no tenía.
Volví a pasar por los lugares icónicos de la ciudad para fotografiarlos con sol, y así fue como me encontré con una gitana que estaba a la caza de turistas frente al edificio del casino. Estimo que era gitana por la forma de vestirse.
Se acercó a pedirme una moneda. Le dí algo de cambio que tenía en el bolsillo e intenté seguir caminando, pero la señora me detuvo:
–Gracias, joven. Déjeme darle una bendición -me dijo, y me mostró unas hojas verdes que tenía en la mano.
–No, señora, está bien, gracias -respondí, amagando a irme de ahí.
Ella se puso a caminar a mi lado y yo me percaté de que no había nadie cerca como para ir hacia allí. La señora iba haciéndome preguntas. Preguntó mi nombre (le mentí), de dónde venía (le mentí), y me dijo que me quedara quieto y extendiera la mano derecha. Me mostró las hojas que llevaba en la mano. Yo, sintiéndome inseguro, le dije que no tenía tiempo y caminé más rápido.
–¡Pero espere! Por favor -me dijo, e insistió en que tomara sus hojas con la mano derecha.
Desconfié. Pero, mitad por hartazgo y mitad por boludo, tomé las hojas. Acto seguido, la señora me pidió que, en voz alta, hiciera una pregunta a la cual quisiera saber la respuesta. La verdad que ya ni me acuerdo qué pavada pregunté pero era algo relacionado con la salud.
–Todo va a salir bien, joven. ¿Ve? Porque usted es bueno y cree en Dios. ¿Ve? Ahora dígame, ¿cuánto trae? -dijo, y me tomó del brazo derecho.
Le tomé la mano con mi izquierda y la aparté. Le dije «chau, señora» sin apartar la vista de sus manos. En ese momento empezó a gritar:
–¿Cuánto trae? ¡No desconfíe, joven! ¡No le voy a robar!
Caminé rápido y ella no me siguió… Si la señora era una ladrona o simplemente engañaba a turistas, no lo sé. Al día siguiente conocería a Osvaldo, un chileno que vive en Viña del Mar hace años, quien me contaría que aquello es una práctica para distraer a los turistas y robarles.
Dejando de lado el bizarro episodio con la gitana, mi paso por Viña del Mar fue excelente. La ciudad es prolija, limpia, y no es ruidosa. Es muy grato pasear y descubrir con calma todo lo que hay que ver en Viña del Mar, y no es de extrañar que esta sea una de las ciudades más visitadas de Chile.
Dicen que Viña del Mar es una ciudad «sin personalidad», donde lo moderno se fusiona con lo clásico y no se puede ver un estilo definido… Es que ser vecina de la mítica y singular Valparaíso lleva a comparaciones… pero es como comparar La Boca con Puerto Madero, en Buenos Aires: están juntas, pero no se parecen. Si tuviera que comparar a Viña del Mar con alguna ciudad argentina, diría que es como si Mar del Plata y Pinamar tuvieran una hija.
Lo que más me gustó de Viña del Mar fueron los callejones y escaleras que suben y bajan de los cerros. Me encantó perderme en la ciudad y subir hasta ver el mar y orientarme. Hay miradores por doquier y todo está repleto de árboles, plantas y flores.
Osvaldo me hablaría de la ciudad con mucho orgullo. Presumió de su clima idóneo (las temperaturas promedio oscilan entre los 15°C y 25°C todo el año) y de lo segura que es Viña del Mar (caminamos a las 2 de la mañana por callejones desiertos como si nada)… ¡Y ni hablar de la cerveza! Ser vecina de Valparaíso tiene su ventaja: ¡la cerveza Del Puerto!
Desde Viña del Mar fui a conocer Valparaíso -que me generó emociones mixtas- y caminé más de 11 kilómetros hasta las dunas de Con Cón. Pero ambos lugares merecen posts para sí mismos.
Lo último que tengo para decir sobre Viña del Mar es que me fui con ganas de volver. No solo fue una ciudad linda para visitar, fue la primera parada de mi primer viaje solo: el Gonzalo que volvería de su primer viaje solo por Chile no sería el mismo Gonzalo que llegó a Viña del Mar lleno de incertidumbre y nervios… Ese se quedó ahí.
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