Roma me volo la cabeza

Roma me voló la cabeza: entre lo novedoso y lo familiar

En enero pasado decidí escaparme unos días de la fría y oscura Berlín, motivado por un vuelo barato a Roma que me devolvió las ganas de vivir durante el invierno. Así fue que terminé pasando 4 días en la capital italiana, donde nunca había estado. Era mi primera vez en Roma y en Italia, pero todo se sintió muy familiar. Roma me voló la cabeza 🤯

La Ciudad Eterna me recibió con Sol, mucho tráfico, embotellamientos y gente gritándose de vereda a vereda. Tan solo con poner un pie fuera de estación de trenes de Termini, ya me sentía como en casa. Salvando las distancias, la escena me transportó inmediatamente a Plaza Constitución, en mi amada Buenos Aires: griterío, vendedores callejeros, veredas rotas, bocinas, buses, gente tirando de carros con cajas y mercadería, y un sentimiento de «mejor no saques el celular acá». Me reí de la situación. Si bien suponía que Italia se sentiría cercana, no esperaba que fuera desde el minuto uno.

Durante los siguientes días, el escenario se repetiría. No solo la forma de actuar de la gente me recordaba a la cultura de Buenos Aires, también los bares y cafés mantienen una estética «porteña» de viejos mostradores, mucha madera, decoración futbolística, sifones por doquier, techos altos e iluminación fría. Les digo que de haber habido medialunas de manteca en el mostrador, hubiese sido difícil adivinar dónde estaba. El fernet se hace presente en todos lados. El tostado de miga se convierte en el elemento irresistible de la carta. Falta la medialuna de manteca y estamos. Eso sí, el café en Italia es superior. 

Bar San Calisto en Roma
Bar San Calisto

Aunque por unos pocos -e intensos- días, Roma fue una demostración del inicio de muchas cosas con las que crecí. Fue una suerte de viaje a los orígenes de aquello que nos es tan familiar a quienes crecimos en Buenos Aires y alrededores. Fue ver de cerca la realidad física detrás de esos párrafos sobre la inmigración del siglo XX en los libros de historia argentina. Una especie de shock cultural pero por las razones opuestas: por lo familiar que se sentía todo, estando a trece mil kilómetros de aquello que siento «propio».

La comida es otro de los protagonistas que no puedo ignorar al hablar de Roma. Porque hay muy pocas cosas que extraño de la comida Argentina al vivir en Alemania: empanadas se consiguen, el dulce de leche se vende en el supermercado, el mate sigue siendo cosa de todos los días, pero lo que no hay en Alemania es buena pasta fresca. Y yo soy un fanático de la buena pasta. Cada plato que probé en Roma me deleitó, y me recordó a la que comemos en Argentina. Ni hablar del tostado de miga, o el Tramezzino como le dicen ahí. ¡La felicidad que sentí al poder sentarme en un café y pedir un espresso con un tostado! El mismísimo Coliseo pasaba a segundo plano ante esa belleza.

Ver esta publicación en Instagram

Una publicación compartida de Der Gonza 🥨 (@espirituviajeroblog)

También caminar por las milenarias calles de Roma me voló la cabeza. Por muchos motivos:

En tercer lugar, el ruido ambiente. La forma de hablar de los italianos, que tan parecida a la manera porteña me resultó: rápido, sin pausa, y a los gritos. Los porteños serán el resultado de millones de inmigrantes italianos y españoles pero, definitivamente, el gen dominante ahí fue el italiano.

En segundo lugar, el tráfico. Roma es un quilombo del lindo. Tiene ese caos que te abruma pero que también te atrapa. Cruzar avenidas es un intenso descargo de adrenalina. ¿La rotonda de la Plaza Venecia? Más difícil que cruzar 9 de Julio y San Juan. Los romanos tienen una coordinación impecable para cruzar calles tranquilamente mientras autos, buses y -más que nada- motos pasan a escasos centímetros de ellos. Los turistas, en cambio, somos identificables a la legua 😂

plaza venecia roma
Altar a la Patria, en Plaza Venecia

Pero en primer lugar, la historia. Y acá es donde todo lo que se sentía familiar se desvanecía de mi cabeza. Roma se volvía un lugar que se sentía irreal. Me costaba tomar dimensión de lo viejo que es todo. Cómo debajo de una casa más vieja que mi país pueden existir ruinas medievales, que a su vez se posan sobre ruinas del antiguo imperio romano. Era de locos pensar en que gente como vos y yo hoy vive en el mismo lugar sobre el que nos enseñaban en las clases de Historia.

Roma me voló la cabeza porque, cuando menos me lo esperaba, la ciudad me sorprendía con algo extremadamente antiguo y de increíble relevancia histórica, pero sobre lo que nunca había oído antes. El centro de la capital italiana está repleto de «pozos» que, a cielo abierto y varios metros debajo de donde circulan los transeúntes, albergan columnas rotas y bloques de piedra que no dicen mucho pero que esconden miles de secretos. Recuerdo volver de un bar una noche y pasar junto a uno de estos huecos. Me dio curiosidad leer un cartel que rezaba «Largo di torre Argentina«, el sitio donde fue asesinado Julio César. Ahí, en medio de la ciudad. ¡En Roma hay gente que ve ese lugar desde la ventana de su casa a diario! 🤯 Dato random: el lugar hoy es prácticamente un santuario de gatos.

calle de Roma
Callecita romana
foro romano
Ruinas del Foro Romano

Cuando uno visita lugares como el Foro Romano, el Coliseo, el Monte Palatino y demás, tiene una idea de con qué se va a encontrar. Aunque todos los lugares históricos que visitar en Roma son una verdadera locura, es lo más «modesto» lo que más me impresiona. Me refiero a lo que no se ve. Por ejemplo, visitar el acueducto bajo la Fontana di Trevi: son túneles milenarios que en la época imperial usaban para mover el agua bajo la ciudad ¡y aún sirven a la misma función! Y lo más loco: ¡los descubrieron hace menos de 30 años! Les conté más detalles en este post de Instagram:

Ver esta publicación en Instagram

Una publicación compartida de Der Gonza 🥨 (@espirituviajeroblog)

Quizá nada ilustre mejor esta realidad que el apodo que recibe la ciudad. Y me refiero a «la Ciudad Eterna». Le dicen «la lasagna», justamente porque está construida sobre sí misma, una capa por encima de la otra. Las crecidas del río Tíber que dejaban la antigua Roma cubierta de barro, sobre el que luego seguían construyendo, o simplemente las obras de modernización y expansión urbana de los últimos siglos son las razones. Es por eso que todos los sitios imperiales se encuentran en los «pozos» que mencioné antes, como el Foro Romano o el Circo Máximo. Es también interesante pensar que los milenios de historia oculta bajo Roma impactan el día a día de sus habitantes. Tan solo un ejemplo: Roma lleva años extendiendo una de sus líneas de metro hasta la Vía dei Fiori Imperiali, a metros del Coliseo, una obra que constantemente debe pararse porque los excavadores se topan con ruinas u objetos antiguos que, lógicamente, tienen que ser removidos por expertos.

Podría escribir mil párrafos sobre todo lo que me gustó y las sensaciones que tuve en esos 4 días (que, por cierto, no alcanzan para conocer ni el 1% de lo que esconde la lasagna). Pero quiero cerrar con una mención honorable a otras de las principales protagonistas de esta voladura de cabeza: las iglesias.

basilica de san pedro roma vaticano
Basílica de San Pedro, Ciudad del Vaticano

Sí, obviamente vas a visitar la Ciudad del Vaticano durante tu viaje a Roma. Y sí, esperas encontrarte con un templo monumental. Pero a mí nada podría haberme preparado para la majestuosidad no solo de la Basílica de San Pedro, el templo católico más grande del mundo, sino de las iglesias romanas en general. Háganme caso: entren a cuanta iglesia puedan. Santa María del Popolo, Santa María la Mayor, San Pablo Extramuros, la que sea. Cada una esconde distintos secretos, distintas historias, y -por sobre todo- distintas obras de arte.

Las iglesias en Roma son verdaderos museos. Ya sean esculturas de Miguel Ángel, pinturas de Caravaggio, u obras maestras de artistas cuyo nombre no hayas oído nombrar antes, cada pieza es más sorprendente que la anterior. Es arte que está ahí, expuesto -la mayoría de las veces- gratuitamente para el deleite de los visitantes y para el orgullo de los italianos.

Roma me voló la cabeza y me mandó de vuelta a Berlín con miles de pensamientos que acomodar. Me hizo sentir como en casa y también me hizo sentir perdido en el espacio-tiempo. Me hizo reír de incrédulo y me conmovió hasta las lágrimas con su belleza, literalmente. Me demostró que mi abuelo no exageraba cuando hablaba de Italia, y me dejó suplicando por más.

roma, plaza españa
Hasta la próxima, Roma ♥

Comentarios

Deja tu marca: ¡Comenta!