Cómo una escapada espontánea a una ciudad italiana para muchos desconocida me conectó con mis raíces y me recordó que, a veces, volver al origen no es solo geográfico. Te cuento acerca de mi visita a Ravenna, y por qué es una visita ideal que hacer desde Bologna.

Una historia que empieza con mi abuelo
Ravenna siempre fue un nombre que resonaba en casa, aunque en realidad yo no sabía mucho sobre la ciudad. Mi abuelo me hablaba de ella con frecuencia. Es que de ahí era originaria su familia. Él pertenecía al conjunto de argentinos hijos de inmigrantes, una demográfica enorme durante la primera mitad del siglo pasado, que habían dejado Europa en busca de una vida mejor al otro lado del mundo. Inmigrantes que nunca perdieron contacto con sus raíces, y que forjaron gran parte de la cultura argentina, especialmente en Buenos Aires. Algo con lo que hoy, como migrante, puedo sentirme identificado, al menos en parte.
Cuando me surgió la oportunidad de viajar a Bologna, miré el mapa y vi que Ravenna estaba a poco más de una hora en tren. No lo dudé y aproveché la oportunidad de conocer este rincón de Italia, motivado por los relatos de mi abuelo.


¿Cómo es Ravenna?
La verdad es que yo no tenía idea. No sabía qué esperar de Ravenna. Había buscado algunos puntos clave en Google Maps, y recordaba las recomendaciones de mi abuelo: las catedrales, los mosaicos, el mausoleo de Dante. Pero no tenía una imagen clara en la cabeza. Imaginaba una típica ciudad italiana, pequeña, rural, seguramente con poco que ver. La realidad me mostraría que estaba equivocado.
Ravenna es una ciudad de más de 150.000 habitantes, muy cerca de la costa del Mar Adriático. Sus orígenes no están muy claros, pero se sabe que el primer asentamiento en la zona que ocupa la ciudad consistía en casas edificadas sobre pilotes en pequeñas islas sobre una laguna pantanosa, prácticamente como en Venecia. Como la mayoría de ciudades de la región, pasó por las manos de distintos imperios a lo largo de los siglos (de hecho, hasta fue capital del Imperio romano de Occidente). Parte de esa tumultuosa historia es evidente en los monumentos bizantinos y paleocristianos que se pueden ver en Ravenna.
Ravenna no es un destino turístico muy popular fuera de Italia. La mayoría de los visitantes internacionales se quedan en la Toscana o, en menor medida, en Bologna. Eso la hace aún más especial, en mi opinión. Es una ciudad que ofrece una mirada auténtica a la región de Emilia-Romagna, menos filtrada por el turismo masivo. Lo que me sorprendió fue su prolijidad, la belleza de su centro histórico, sus callejones silenciosos y sus iglesias, a veces modestas por fuera pero deslumbrantes por dentro. Pensé que después de haber visitado Roma y El Vaticano ya ninguna iglesia podría sorprenderme, pero estaba equivocado. Nunca imaginé que me impactarían tanto esos millones de mosaicos centenarios. Tampoco sabía que la piadina, ese pan típico italiano, es originaria de allí.


Qué ver en Ravenna en medio día
Descubrir Ravenna paso a paso, sin expectativas, fue una de las mejores decisiones de mi último viaje a Italia. Viajé con mi amiga Luli. En el tren nos reíamos porque todo era ruidoso, caótico, y eso contrastaba muchísimo con nuestra vida cotidiana en Alemania. Ese ruido –la gente hablando fuerte, los gestos, el bullicio alegre– nos resultaba familiar. Como argentinos, compartimos muchas costumbres con los italianos, pero siempre nos resulta algo «loco» cómo podemos desacostumbrarnos a lo que nos parecía tan normal.
Bajamos del tren en una estación modesta. Cruzamos una avenida, pasamos por un parque, y caminamos hacia el Oeste por lo que parecía una ciudad italiana más. Pero al acercarnos a la Piazza del Popolo, todo cambió. Las fachadas coloridas, las calles de piedra impolutas, la tranquilidad. Visitamos el mausoleo de Dante Alighieri y una iglesia con una cripta parcialmente inundada de la que no habíamos oído antes (la Basílica de San Francesco).

Caminamos por callejones donde el aroma a comida casera flotaba en el aire. La piadina es la protagonista, y pasado el mediodía empezaban a formarse filas frente a los pequeños restaurantes que presumían de tener la piadina original, nacida en Ravenna.
Las calles del centro de Ravenna esconden detalles: desde la cartelería que indica el nombre de las calles (decorados con mosaicos) hasta callejones que conectan patios internos o pequeñas plazas y están decorados con esculturas y más mosaicos, vale la pena simplemente caminar sin rumbo. Fue así que nos topamos con el Mercado Coperto, un antiguo mercado citadino convertido en moderno espacio gastronómico donde probar productos frescos y tradicionales de la región. No faltan los tortellini, la mortadela, ni la lasagna, todos típicos de Emilia-Romagna.


Pero lo más impresionante que ver en Ravenna son las iglesias y basílicas, como San Vitale y Sant’Apollinare Nuovo. Cada una era un mundo visual, con escenas bíblicas y bizantinas en pequeños fragmentos de piedra y vidrio. La entrada es parte del ticket turístico de Ravenna, que permite visitar estas y otros templos y monumentos de Ravenna en un día. San Vitale y Sant’Apollinare Nuovo son las más impresionantes y las que recomiendo visitar si tuvieran pocas horas en Ravenna. Para describir el interior de estas iglesias no alcanzan las palabras, y las fotos tampoco le hacen justicia a lo magnífico y monumental de esos pisos, paredes y hasta techos recubiertos de mosaicos.


Terminamos el paseo por Ravenna degustando distintas piadinas tradicionales en uno de esos bares tradicionales: also lúgubres por dentro, con suelos gastados y mostradores de madera. De hecho, se parecía tanto a los viejos bares del centro de Buenos Aires que no pude evitar emocionarme un poco. Estar allí era como estar un poco en casa.


Más que un viaje: un regreso simbólico
Estar en Ravenna fue un poco movilizante porque pensé en aquellos parientes que, hace unos 90 años, dejaron esa ciudad buscando un futuro mejor. Y pensé en mí, que también emigré –aunque en otras condiciones y en otro siglo– buscando algo parecido. Aunque solo haya pasado unas horas en Ravenna, sentí que le añadió cierto simbolismo a este viaje a Italia. El simple hecho de saber que mi familia tiene una conexión con este lugar, aunque se remonte ya cuatro generaciones atrás, me hizo reflexionar en lo humano que es migrar, y en cómo llevamos parte nuestra con nosotros a nuestro nuevo hogar, dándole forma, forjando cultura, adquiriendo nuevas costumbres pero manteniendo otras.
Más allá de lo personal, Ravenna me pareció una excelente escapada desde Bologna. El tren costó alrededor de 8€. Se puede recorrer a pie sin necesidad de contratar un tour o siquiera de usar transporte público. Es una ciudad tranquila, estéticamente hermosa, y con una calidez que se siente tanto en el trato de su gente como en la comida que te sirven con orgullo.
Me quedé con ganas de ver más templos, y de llegar hasta la costa del Adriático. Pero me fui con algo más valioso: una sensación inesperada, de raíz. Y eso, para mí, convirtió a este viaje fugaz en uno inolvidable.

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