Aterricé en Raleigh, Carolina del Norte, agradecido de volver a poner mis pies sobre la tierra. Lo que había empezado como un relajado vuelo desde París se convirtió en el vuelo más turbulento que haya experimentado en mi vida al poco tiempo de ingresar al espacio aéreo estadounidense. Era 26 de septiembre y el huracán Helene ya causaba estragos en los estados más al sur. Afortunadamente, a Raleigh solamente le tocaron tormentas aisladas. Viajaba a Estados Unidos por motivos tanto personales como laborales. No creo que, de haber sido de otra forma, se me hubiese cruzado por la cabeza viajar a Raleigh. Tras viajes previos al país del norte había conocido Miami, Orlando, y Nueva York. Esta vez me tocaba Carolina del Norte, uno de esos estados que hemos oído nombrar pero del que poco sabemos, y que no suele aparecer en los itinerarios de viaje por Estados Unidos.
De Raleigh tan solo sabía un par de cosas: que hay un enorme parque industrial con foco en la biotecnología y la industria farmacéutica, que el estado presume de tener muchos bosques, y que se consume mucho pollo frito. Lo último puede bien ser en cualquier estado de sureste estadounidense. Sí, a pesar de su nombre, culturalmente Carolina del Norte se considera parte del sur de Estados Unidos.
¿Por qué se considera a Carolina del Norte parte del Sur de Estados Unidos? Es debido a su historia compartida con la región en aspectos como la colonización, la actividad agrícola, la esclavitud y la Guerra Civil, que dejaron huella en su economía y estructura social. El estado adoptó muchas de las tradiciones culturales sureñas, desde la música y la gastronomía hasta los valores conservadores y religiosos. El clima y la geografía del estado también «coincide» con ese estereotípico del sur: húmedo, caluroso, y generalmente plano con excepción de los Montes Apalaches al oeste.
Primeros pasos en Raleigh
Dejé el aeropuerto en un Lyft (una versión más económica de Uber) ya que el transporte público al centro de la ciudad no es una opción confiable – o así me habían dicho. Inmediatamente me encontré atascado en el tráfico de la hora pico y en medio de la tormenta, respondiendo a las preguntas del curioso conductor desacostumbrado a llevar turistas que vinieran de tan lejos. La autopista devino en la amplia Avenida Glenwood, sobre la cual destacan los típicos centros comerciales de los suburbios estadounidenses. Cada centro comercial está rodeado de enormes explanadas donde aparcar y resalta la mínima (y a veces veces nula) movilidad peatonal. Lo mismo pasa alrededor de pequeños establecimientos como restaurantes, cafés, tiendas de muebles, etcétera. En los suburbios el auto es rey. Me resultó tan bizarro como gracioso ir a pie a buscar un sitio donde comer aquella noche: el único transeúnte en más de un kilómetro era yo, objeto de las miradas desconcertadas de los conductores que me veían cruzar la avenida. Elegí culpar de eso a la lluvia.
A la mañana siguiente se hablaba en la TV acerca del daño causado por el huracán en el sudoeste del estado y en los vecinos Carolina del Sur y Georgia. Aunque confundido por el pronóstico en grados Fahrenheit, pulgadas cúbicas y millas por hora, entendí que aquella tarde el clima debería mejorar. Después de trabajar me decidí por visitar el Museo de Arte de Carolina del Norte, en las cercanías de mi hotel. «Cercanías» para estándares estadounidenses, claro, ya que nadie en Europa consideraría una atracción a 5km como «cercana». La chofer esta vez fue una radióloga, madre de dos y cantante de jazz, que «conducía en Lyft para ganar dinero extra por el alto costo de vida en Raleigh». Para mi sorpresa, me interrogó acerca del costo de vida en Berlín y hasta me preguntó por mi trabajo e ingresos. Pero no debería sorprenderme lo normal que pareciera ser hablar de dinero en Estados Unidos, cúspide de la cultura de hacer dinero.
El Museo de Arte de Carolina del Norte es una de las principales atracciones que ver en Raleigh. La entrada es gratuita, y toda la cartelería y descripciones de las exposiciones se encuentran tanto en inglés como en español. El principal atractivo del museo, en mi opinión, es el parque de esculturas que lo rodea. Cuenta con kilómetros de caminos que escurren junto a gigantescas y peculiares esculturas de artistas locales e internacionales. Definitivamente un imperdible que visitar en Raleigh.
El regreso al hotel lo emprendí a pie, pese a la humedad que me recordaba a los veranos lluviosos en Buenos Aires. Quería ver esas prolijas casas suburbanas con enormes jardines y rodeadas de bosque. Pronto descubriría que no había forma de caminar cómodamente por esos barrios dado que no había veredas 😂 Nuevamente terminé siendo objeto de la mirada de los conductores. La experiencia fue tan bizarra como la noche anterior. La registré en este reel de Instagram 👇
Los suburbios de Raleigh
Los siguientes días fueron soleados y calurosos. Aproveché para explorar un poco más los alrededores de Raleigh. Los suburbios se expanden por millas y millas a lo largo del ondulado terreno. Me llamó la atención lo verde que es todo. Los distintos barrios están rodeados de bosques y hay decenas de parques públicos frecuentados por los locales para hacer un poco de actividad física. Pese a ser una típica ciudad estadounidense altamente auto-dependiente, es evidente que Raleigh intenta impulsar la actividad física en sus habitantes de alguna manera. El mejor ejemplo son los senderos peatonales que conectan varios barrios entre sí, como el Greenway Trail. El William B. Umstead State Park, Yates Mill Pond County Park, Lake Lynn, Lake Johnson, Pullen Park, Shelley Lake Park son algunos de los tantos espacios verdes con impecables senderos para correr, caminar, o andar en bicicleta que permiten disfrutar de la naturaleza en Raleigh. Aunque seguramente debas desplazarte en auto para llegar a la mayoría de ellos (dada la distancia al centro), vale la pena darse una vuelta por cualquiera de ellos para recargar los pulmones y desmitificar un poco a las ciudades estadounidenses. Además hay un aspecto muy cálido en la forma de ser de los sureños que se expone al cruzarse en los senderos: absolutamente todo el mundo te saluda con un simpático «Hi!» y exhibe una amigable sonrisa.
Downtown Raleigh
Raleigh es la capital de Carolina del Norte y existe como ciudad solo por su estratégica ubicación en el centro del estado. En sus alrededores no hay importantes recursos naturales, pero sí hay recursos humanos y tecnológicos. Junto con las vecinas Durham y Chapel Hill, conforma el llamado «triángulo de la investigación» (Research Triangle), un conglomerado de empresas de informática, tecnología, y medicina que resultaron en que a esta región del estado se la conociese como «el Silicon Valley del Este». Es una ciudad planeada, con un casco histórico de manzanas cuadradas, concentrado al Capitolio estatal, edificios administrativos, iglesias, y torres de oficinas. Aunque a veces diera la impresión de ser una ciudad incompleta por los enormes espacios entre las torres de oficinas y otros edificios (que sirven de espacio donde estacionar), el centro de Raleigh es cómodo de caminar. La zona entre las plazas Moore Square y Nash Square concentra la parte más administrativa de la capital, pero en sus alrededores se encuentran bares y restaurantes, además de mercados gastronómicos, galerías de arte, y tiendas de todo tipo.
Pese a tratarse de la capital estatal, Raleigh se siente como una ciudad chica. Es relajada y relativamente silenciosa, a pesar del tráfico. Su población apenas roza el medio millón de habitantes, y la mayoría son jóvenes. Es que Raleigh es también una ciudad universitaria. La UNC (University of North Carolina) es la más importante de la ciudad, pero los alrededores de la ciudad también albergan otras instituciones. El campus de UNC ocupa buena parte del sector occidental de la ciudad, y se siente como estar dentro de una de esas películas americanas que giran en torno a la vida universitaria. La casas de las fraternidades con las letras griegas sobre el pórtico, ese estilo medio inglés pero americano que caracteriza a los edificios institucionales, y los bares y la escena fiestera que caracteriza a la vida en el campus son postales fáciles de ver. ¡Y los bares en Raleigh merecen una mención honorable! Aunque su «Biergarden», ubicado sobre Glenwood Avenue, está lejos de ser un aténtico Biergarten alemán, la selección de cervezas es algo que Alemania le podría envidiar a esta ciudad. El Raleigh Beer Garden presume de tener la mayor variedad de cervezas de la ciudad. Pero esta diversidad se puede conseguir en otros famosos establecimientos de la ciudad: Flying Saucer Draught Emporium fue mi favorito – Mención especial al dueño de The Store, el antiguo almacén devenido en pequeño hotel en el centro de Raleigh, quien me contó la historia de la ciudad y me dio las mejores recomendaciones 🙂
Pollo frito, el plato insignia del sur
Pero lo que más vale la pena al visitar Raleigh es probar la gastronomía del sur de Estados Unidos. Lugares donde hacerlo hay muchos, aunque seguramente hayas leído sobre The Pit y Beasley’s al investigar dónde comer en Raleigh. El primero es uno de los más populares sitios donde probar la barbacoa del sur (que es, básicamente, el arte de freir absolutamente todo lo que se pueda freir: desde pollo y maiz hasta tomates y helado… sí, helado). El segundo es una auténtica insignia de la cocina de Raleigh: la especialidad es pollo frito con miel, sobre un waffle. Debo admitir que ingerir la cantidad de calorías que un adulto promedio consume en un día en un solo plato no fue cosa fácil, pero como dirían los estadounidenses… oh boy! Realmente no puedo esperar a volver.
Un dato interesante es que el plato surgió en las poblaciones alemanas que se establecieron en Pennsylvania en el siglo XVII, pero no se popularizó hasta el siglo pasado.
La hospitalidad sureña, más allá de Raleigh
Mis días en Carolina del Norte terminaron al Este del estado. Las dos horas de viaje en autopista hasta Jacksonville se pasan rápido pasando por los suburbios frondosos que progresivamente dan lugar a un paisaje rural de granjas gigantes, campos de algodón y pueblos pequeños en el medio de la nada, todo al ritmo de la música country.
Jacksonville está a pocos minutos de la costa del Atlántico. Es una ciudad que pareciera no tener que estar ahí: se siente improvisada, sin un centro definido, como si todo estuviera por doquier. Es que la urbanización existe en consecuencia a una base militar ubicada en las cercanías. La mayoría de los residentes tienen algún lazo con el ejército, siendo el Departamento de Defensa el mayor empleador de la ciudad. Sin embargo, a pesar del contraste con Raleigh, la gente resultó ser igual de hospitalaria y agradable… o quizá yo me desacostumbré a las sonrisas de parte de extraños tras años viviendo en Alemania 🫠
Trabajar remoto desde este lugar sin ningún atractivo turístico (a excepción de la playa), desplazarme en auto por kilómetros para hacer la compra en el supermercado (Walmart, otra cosa que añoraba), y tener la posibilidad de ver un poco cómo es la vida en Estados Unidos más allá de las grandes ciudades fue toda una experiencia. Aún mejor haberlo hecho de la mano de amigos locales. Desde los cajeros automáticos drive-thru (es decir, donde puedes ir al cajero sin necesidad de bajarte del auto) hasta la cafetería local (también drive-thru), el mesero del restaurante o la cajera del supermercado, todo el mundo es increíblemente amable. El small talk es prácticamente obligatorio y el sentimiento de comunidad es evidente. Claro que esta es una realidad común a los pueblos y ciudades pequeñas en muchos países (Argentina es también un buen ejemplo de esto), pero lo que me llamó la atención es que, pecando de prejuicioso, hubiera esperado que una sociedad de consumo excesivo como la estadounidense fuese individualista. La realidad es otra, al menos aquí en Carolina del Norte.
Dejé el estado en tren, en dirección a Washington DC, donde pasaría unos días antes de regresar a Berlín. Pueden leer más sobre mi viaje a la capital estadounidense en mi post Qué hacer en Washington DC con bajo presupuesto.
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