Bucarest otra vez

Bucarest otra vez

No volví a Bucarest porque me hubiera enamorado de la ciudad la primera vez. Volví porque una amiga rumana se casaba cerca de ahí, y Bucarest fue, otra vez, una parada inevitable. Una excusa más que un deseo.

Dos años antes ya había estado en la capital de Rumanía, durante un viaje corto por el país. Sobre aquel viaje te conté en mi Guia de viaje a Rumania, donde relato mi aventura por la hermosa región de Transilvania. En aquel primer encuentro, Bucarest no me había gustado nada. Me pareció una ciudad fea, venida abajo, gris. Una ciudad marcada por cicatrices demasiado visibles, demasiado recientes. No ruinas románticas ni decadencia estética: heridas abiertas que, es evidente, aún les duelen a la amplia mayoría de rumanos.

Sentí que era una ciudad que intenta cambiar su propia cara, modernizarse, parecer otra cosa. Pero detrás de esa intención hay una realidad que pesa. Mucha gente se fue del país después del ingreso a la Unión Europea, y eso se nota. Bucarest parece una ciudad que alguna vez fue elegante, con ambición y presencia, pero que hoy no termina de recuperar ese esplendor que los «buenos» años del comunismo (aquellos donde al régimen no le faltaba dinero) le supieron dar.

Esta segunda vez fue algo distinta. No porque Bucarest haya cambiado demasiado, sino porque yo ya sabía con qué me iba a encontrar.

Visitar Bucarest
Piața Romană, Bucarest

Caminar Bucarest como si fuera casa

En este segundo viaje me moví por Bucarest como me movería por mi Quilmes natal, o por ciertas zonas de Buenos Aires. Los postes con la parte inferior pintada de blanco. Los cables colgando por todos lados. Las garitas en las esquinas. Las calles rotas. Los perros callejeros. El caos funcional. Todo eso que en Europa suele sorprender, acá se sentía familiar.

Las similitudes culturales entre Rumanía y Latinoamérica son más grandes de lo que uno imagina. Y no hablo solo de la estética urbana, sino de cierta forma de habitar la ciudad, de convivir con lo que hay, de arreglárselas. Ya lo relaté en mi otro post sobre mi primer viaje a Rumanía: Visitar Rumania y sentirse como en casa. La primera vez eso me había llamado la atención. La segunda, me hizo sentir algo parecido a estar en casa.

Volví a una ciudad donde no pensaba volver, solo por una boda. Y terminé caminando Bucarest con una sensación extraña: no me gustaba, pero ya no me rechazaba. Si a esto le sumamos la capacidad de poder entender bastante del lenguaje rumano escrito (después de todo, es una lengua latina), no es de extrañar que la ciudad me haya hecho sentir «como en casa» otra vez.

Encontrar belleza en la decadencia

Algo que sí me sorprendió positivamente en este segundo viaje fue descubrir una escena alternativa, under, casi escondida. Cafés donde la gente pincha su propia música, galerías de arte montadas en edificios abandonados, mercados de antigüedades que ocupan antiguos palacetes, espacios culturales que, en conjunto, no buscan embellecer la ciudad sino habitar su decadencia.

En ese sentido, Bucarest me recordó mucho a Berlín. No por su tamaño ni por su impacto global, sino por esa capacidad de encontrar belleza donde otros solo ven abandono. Imagino que Berlín Oriental se habrá parecido bastante en este aspecto apenas cayó el muro.

Esa mezcla de pasado pesado y creatividad emergente le da a la ciudad una personalidad muy particular, pero que aún no logró establecer como identidad propia. No es una capital pensada para el turismo masivo. Es una capital real, que muestra sin filtros una historia reciente de Europa del Este y las consecuencias de décadas de regímenes comunistas. Pero que tampoco alardea de su resiliencia, aunque podría, porque diera la impresión de que Bucarest aún está intentando descrifrar qué será en el siglo XXI.

que ver en Bucarest
Piața Națiunile, Bucarest

Qué ver en Bucarest (y por qué importa)

Bucarest no es una ciudad de postales perfectas. Es una ciudad que se entiende a través de sus símbolos. No voy a extenderme listando los mejores lugares que ver y que visitar en Bucarest en un día, porque eso lo pueden encontrar en cualquier lado a esta altura. Pero sí vale la pena mencionar los sitios que creo todo el mundo debería visitar en Bucarest para entender mejor por qué esta ciudad es como es:

  • El Palacio del Parlamento, también conocido como el Palacio del Pueblo, es imprescindible. No solo por su tamaño descomunal (es uno de los edificios más grandes del mundo), sino por lo que representa: una obra monumental donde abunda el oro y lo ostentoso, construida a costa de barrios enteros demolidos y de un país empobrecido. Estar ahí es incómodo, y eso es parte de la experiencia.
  • La Plaza de la Revolución es otro punto clave para entender la ciudad. No es solo una plaza: es el escenario donde cayó el régimen de Nicolae Ceaușescu. Caminarla sabiendo lo que pasó ahí cambia por completo la percepción de Bucarest.
  • La Ciudad Vieja: con sus galerías comerciales devenidas en mercados gastronómicos y de artistas, mezcla de iglesias y religiones, arquitectura que refleja tiempos mejores y también peores, y donde se concentra la vida nocturna de la capital rumana (que, créanme, no es para cualquiera).
  • El Bulevardul Unirii: amplio bulevard flanqueado por monumentales edificios de arquitectura socialista, antiguamente reservados para los más altos rangos del régimen comunista, y con fuentes decorativas traidas desde Pyongyang.

Los grandes bulevares, pensados para desfiles y demostraciones de poder, contrastan con calles secundarias venidas abajo, edificios que se caen a pedazos y una ciudad que parece vivir entre lo que fue y lo que todavía no logra ser. Recomiendo hacer no solo el free walking tour tradicional por Bucarest sino también alguno de los tantos tours que se enfocan en la era comunista para obtener la imagen completa acerca de qué fue y es esta ciudad.

¿A qué ciudad se parece Bucarest?

Bucarest, San Telmo

Bucarest tiene algo de París, algo de Budapest, seguramente algo de Kiev o Moscú, y diría que hasta algo de Buenos Aires, con una ajustada cuota de decadencia. Pero Bucarest tampoco se parece a ninguna otra ciudad en que haya estado, ni siquiera a la casi vecina Sofia, que visitaría luego en este mismo viaje.

De hecho, tomé una foto que podría haber sido tranquilamente la Avenida San Juan. La subí a Instagram como chiste, con la ubicación de San Telmo. Y la gente se la creyó. Incluso amigos de Argentina pensaron que era Buenos Aires. La similitud es tan grande que engaña.

Y eso dice mucho más de Bucarest que cualquier comparación con París, Viena o Budapest.

Entonces… ¿vale la pena visitar Bucarest?

Sí, Bucarest es una ciudad que vale la pena visitar al menos una vez en la vida. Pero no es para todo el mundo.

Le recomendaría Bucarest a cualquier viajero dispuesto a enfrentarse con la realidad de Europa del Este post-comunismo. A quien quiera entender cómo una de las dictaduras más duras del continente marcó a un país y cómo esas consecuencias siguen presentes hoy.

También a quien esté recorriendo Rumanía o Europa del Este en tren. Bucarest no es un destino para visitar por sí solo, pero sí una parada lógica y reveladora dentro de un viaje más amplio. Rumanía es un país hermoso, y Bucarest ayuda a entenderlo. Su cercanía con Bulgaria, otro país hermoso, también la vuelve super atractiva.

Como destino para amantes de la vida nocturna, Bucarest no pasa desapercibida. Aunque el ambiente es mucho más conservador que en las capitales de Europa Occidental (especialmente en lo que a diversidad sexual se refiere), el centro de la ciudad no duerme. La ciudad vieja concentra bares, discotecas, y burdeles que atraen a todo tipo de turistas y locales.

No se la recomendaría a quien espera una capital elegante, prolija, “linda”. A quien busca algo parecido a París, Viena o incluso Budapest. Bucarest no tiene paseos ribereños cuidados, ni parques impecables, ni palacios pensados para enamorar al visitante. Bucarest es dura, real, sin maquillaje.

Bucarest rooftop bars
Rooftop bar «Closer to the moon», en el centro de Bucarest

Cuántos días y cuándo ir a Bucarest

Estuve tres días, y creo que es suficiente para entender la ciudad. No para conocerla a fondo, sino para captar su esencia. Dos días son lo mínimo necesario para conocer los principales atractivos que ver en Bucarest.

Fui en septiembre, las dos veces. Hace calor, pero es caminable. Los días son largos y eso ayuda a recorrer sin apuro una ciudad que necesita tiempo, no atracciones. Evitaría los meses más cálidos del año (junio, julio, agosto), y también el invierno, que suele ser bastante crudo.

Cómo llegar a Bucarest

La forma más fácil de llegar desde Europa Occidental es en avión. El aeropuerto de Otopeni es el principal aeropuerto de Rumania y mantiene buenas conexiones con el resto del continente.

Se puede ir a Bucarest en tren desde otras ciudades de Europa del Este. La Gara du Nord es la principal estación de trenes de la ciudad, con conexiones regulares a Budapest, Sofia, Chisinau y Estambul. Recomiendo verificar antes las frecuencias y combinaciones (por ejemplo, al momento de publicación de este post, la ruta a Sofia no es directa sino con transbordo en la localidad búlgara de Ruse, en la frontera con Rumanía.

Palacio Popular, Bucarest
Palacio Popular y fuentes norcoreanas, Bucarest

Bucarest no quiere gustarte, y eso la hace interesante

Bucarest no es bonita. Y no intenta serlo. Es una ciudad gris, áspera, marcada. Pero también es honesta. Y en un continente donde muchas capitales parecen decorados perfectos, Bucarest se siente real. No es una ciudad para enamorarse. Es una ciudad para comprender. Y a veces, eso vale mucho más.

Strada Stravopoleos, Bucarest
Strada Stravopoleos, Bucarest
Monasterio Ortodoxo, Bucarest
Monasterio Ortodoxo, Bucarest

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