Crónica de un raro viaje en micro de Córdoba a Retiro

«Hola. ¿Hay pasajes a Retiro para mañana?» le pregunté a la chica detrás del mostrador de una conocida empresa de micros de larga distancia después de llegar a la terminal de ómnibus de Córdoba tras haber pasado un día en Villa Carlos Paz.

Hacía mucho calor dentro de la terminal y estaba repleta de gente, como era de esperar un 16 de enero en pleno recambio turístico.

«No, no viajamos a Retiro. Preguntá en Chevallier» me dijo la chica.

Le hice caso y me dirigí al mostrador de la empresa. Me encontré con las luces apagadas. No había nadie atendiendo.

Pregunté en otra compañía de micros y me dijeron lo mismo: «Nosotros no viajamos a Retiro«. La misma respuesta se repitió en el tercer mostrador al que me presenté.

Cuarto mostrador, de otra empresa:

«Hola… ¿viajan a Retiro?» pregunté, directo.

«» me dijo la mujer que atendía en el mostrador de una empresa que, lamentablemente, no recuerdo el nombre. Me pidió el DNI para procesar mis datos y luego le dije:

«Te paso la constancia de alumno regular y la libreta universitaria para el descuento de estudiante«, sacando dichos papeles de mi billetera.

«No. No hacemos el descuento» me dijo ella.

Yo, indignado, le dije que cómo era posible si el descuento está garantizado por Ley (aparentemente me olvidé de que esto es Argentina). Ella insistió y yo le dije que no se molestara más, que viajaría con otra empresa. ¿Tanto me iba a costar conseguir un pasaje en micro de Córdoba a Retiro?. Pensé en que me daría vergüenza no encontrar otra empresa con la cual viajar y tener que regresar con esa mujer y comprar el pasaje sin el descuento, pero luego se dio el milagro:

«Hola. ¿Viajan a Retiro?«

«Sí, ¿buscás pasaje para hoy?» me dijo amablemente el hombre que atendía el mostrador de la empresa Urquiza.

«Para mañana. Hacen el descuento para estudiantes universitarios, ¿no?«.

«Sí, permitime la constancia de alumno regular«.

¡Al fin!.

Compré el pasaje sin problemas y como la Ley garantiza. El micro saldría de Córdoba al día siguiente a las 9 de la mañana y llegaría a Retiro a las 7 de la tarde… me pareció raro que el viaje durara 10 horas, pero el hombre me dijo que era porque el micro tenía UNA parada en Rosario.

Al día siguiente cargué mi mochila, tomé un taxi desde el hostel hasta la terminal, y para las 8:30 ya estaba sentado esperando la partida del micro.

Con una precisión alemana, el micro partió a las 9 en punto, bajo un cielo celeste que no duraría mucho.

micros de cordoba a retiro
Panorámica de la terminal de Córdoba

Para las 10, ya habíamos pasado Río Segundo y todo parecía marchar bien. A partir de ahí empezó a llover y el cielo se ponía más y más oscuro conforme nos dirigíamos al sudeste por la vieja Ruta Nacional 9 (y no por la autopista Córdoba-Rosario como yo había supuesto).

Llegamos a la localidad de Oncativo y el micro se detiene en una terminal pequeñita. Llovía fuerte y el cielo estaba gris y oscuro como el grafito. Se carga más equipaje en la bodega y suben pasajeros. Una abuela se sienta con su nieto en los asientos delante del mío y conversan sobre la lluvia… después conversan sobre el viento, y después sobre dinosaurios (desconozco cómo llegaron a ese tema), el nene hablaba todo a los gritos y con cada rayo que caía en el horizonte exclamaba «WOOOOW«. Me puse los auriculares. El micro arrancó nuevamente y, yendo más despacio por la tormenta, continuó camino.

Recorremos 20 kilómetros y hacemos otra parada. Esta vez en un pueblito llamado Oliva, que se veía re prolijo y pulcro desde las ventanas del micro. La lluvia fuerte no cesaba y el viento comenzó a soplar moviendo el micro hacia los costados. Nos detenemos mientras sube más gente.

El hombre sentado junto a mi empieza a roncar y su cabeza cae sobre mi hombro izquierdo reiteradas veces. Le doy un empujoncito y se mueve hacia el otro lado… y así sucesivamente hasta que hacemos oooootra parada, casi una hora después, en Villa María.

La ciudad estaba inundada al punto de que no se distinguía el cordón de la calle. La gente caminaba por las veredas tapadas de agua dando largas zancadas. Un grupo de mochileros en ojotas con las mochilas cubiertas corría junto al micro, que ingresaba a la terminal y aguardaba un rato a que subieran todos.

Sube una pareja que le dice a la abuela y al nieto que están sentados en sus asientos y estos se corren a la parte trasera del micro. Me pregunté cuántas paradas más haría el ómnibus antes de llegar a Rosario. La respuesta: seis.

Una hora más de viaje hasta llegar a un parador en Bell Ville. Habían pasado pocos minutos de la 1 de la tarde y algunos bajan del micro a comprar algo para almorzar. Se anuncia que vamos a estar 15 minutos parados para comprar algo de almorzar y mucha gente baja. Al minuto 13 ó 14, el hombre sentado al lado mío decide bajarse a comprar, cuando casi todos ya habían regresado al micro… Se imaginan lo que pasó después:

«¡Falta un señor!» tuve que avisar cuando el micro comenzó a alejarse de la plataforma listo para retomar la ruta. El hombre que viajaba junto a mí venía corriendo a un par de metros al notar que el micro se estaba yendo.

Seguimos viajando con el viento zarandeando al micro de lado a lado y con la lluvia que no cesaba. Lógicamente no íbamos muy rápido. Al cabo de más de hora y media (y un par de paradas en Leones, Marcos Juárez, y General Roca) cruzamos el límite con Santa Fe y paramos en Armstrong. La tormenta ahí era menos fuerte y el cielo menos oscuro. Nos comunican que ya teníamos un retraso de una hora, pero era completamente entendible. Yo iba leyendo y escuchando música de vez en cuando tratando de ahorrar carga en el celular, el cual apagué cuando estuvo descargado al 50%.

A los pocos minutos de partir de Armstrong, una muchacha se mueve por el pasillo hacia adelante, con prisa, y baja por la escalera. Se escucha «¡Chofer yo tenía que bajar!«… Obviamente el chofer no iba a dejar a la mujer con dos críos en medio de la ruta, así que dio la vuelta y regresó a la terminal para que pudieran bajar… por suerte para ellos, ya casi ni llovía.

Minutos más tarde llegamos a Cañada de Gómez, donde el micro se detuvo un largo rato. Desde la ventana veía al chofer y al acompañante revisar el exterior del micro mientras un hombre reclamaba que su equipaje no estaba en la bodega. Los pasajeros aún no sabíamos lo que había pasado y más de uno creímos que habría habido alguna confusión al descargar el equipaje de otros pasajeros en las paradas anteriores… Estuvimos ahí como media hora, hasta que se oyó un fuerte ruido cuando volvieron a cerrar la bodega y después de eso retomamos la ruta.

Habrán pasado menos de 15 minutos hasta que se oyó otro fuerte ruido metálico proveniente de abajo. El micro aminoró la marcha y se detuvo a un lado de la ruta. El acompañante se bajó, verificó algo y, cuando se volvió a subir, el chofer aceleró de nuevo. Supuse que algo habría impactado contra el ómnibus pero como no estuvimos detenidos mucho tiempo no parecía haber sido algo grave.

Más o menos a las 5:15 de la tarde llegamos a Rosario, donde la parada fue duradera. Muchos pasajeros se bajaban ahí y muchos otros subirían para viajar a Buenos Aires. Sin embargo, los que aguardaban para subir no lo hacían; los veía formar fila junto a la puerta del micro pero si despachar sus valijas ni nada. El acompañante les decía algo. Luego subió y se dirigió a los pasajeros que aún estábamos en el micro:

«Disculpen la demora, pero perdimos una tapa de la bodega. Todos los que sigan a Retiro bajen a buscar su equipaje y súbanlo con ustedes» nos dijo.

Parecía chiste.

Una señora se puso de pie y le preguntó al hombre por qué no arreglaban la tapa, a lo que él respondió que si decidían hacer eso íbamos a estar demorados varias horas en Rosario hasta que trajeran el repuesto y que «lo mejor» era seguir así hasta Retiro… Sí, seguir sin una tapa y con todo el equipaje en el piso superior… ¿qué podía salir mal?

Así que nos bajamos, todos rezando para que nuestro equipaje no se hubiese perdido en la ruta. El piso superior era como un escenario 3D de Tetris donde todos veían dónde y cómo cabían mejor sus bolsos y valijas. Por suerte, mi mochila cupo en el portaequipaje que hay sobre los asientos… aunque hubo que luchar para que cupiera ahí.

Pasaron largos minutos mientras la gente apilaba y agrupaba valijas sobre asientos vacíos y recovecos… Pero luego subieron los pasajeros que iban de Rosario a Buenos Aires y hubo que redistribuir el equipaje para que todo cupiese. Una señora se quejaba en voz alta sobre la imprudencia que esto suponía ya que «desestabilizaría el balance de peso del micro». Seguramente por eso fue que el resto del camino lo hicimos a una velocidad suficientemente lenta como para que todos los camiones nos pasaran… claro que eso era mejor que volcar por exceso de velocidad y mala distribución del peso.

Recién alrededor de las 7 cruzábamos el límite provincial. Como no había ningún otro entretenimiento a bordo más que el libro que ya me había cansado de leer, encendí el celular para escuchar un poco de música… pero al encenderlo me apareció de inmediato el cartel de «Queda un 15% de batería restante»… No entendí cómo si cuando lo había apagado tenía 50%. Lo apagué y lo volví a encender por si se trataba de algún error del sistema operativo pero al reiniciarlo el cartel indicaba 14%.

Parecía joda. Me resigné a guardar la batería para poder comunicarme cuando llegara a Retiro y pasé el resto del viaje mirando el campo mientras oscurecía lentamente.

Afortunadamente, luego llegó el entretenimiento, el misterio, el highlight del viaje. Una señora, sentada uno o dos asientos detrás mío, comenzó a hablar fuerte por teléfono. No sé si era porque no escuchaba bien o porque quería asegurarse de que todos pudiéramos oírla. Vamos a llamarla «la abuela misteriosa»… no le vi la cara pero tenía voz de abuela.

«Hola… sí… estoy en viaje… tenemos como 4 horas de retraso… llego a eso de las 10» empezó a decir.

Era imposible no oírla.

«Mirá, vos igual esperame en tu casa que voy hoy aunque sea tarde. ¡No sabés lo que te tengo que contar!…» decía.

Hubo una pausa.

«No. Vos esperame igual. No te puedo contar ahora porque no quiero que me escuchen los que no tienen que escuchar… ¡porque no sabés lo que es esto eh! ¡Vas a tener que estar sentado porque no sabés eh!«

Se notaba que no era yo el único que había parado la oreja para tratar de enterarse cuál era la información clasificada que la abuela misteriosa tenía en su poder. Había dos chicos sentados en los asientos junto al mío pero del otro lado del pasillo que también estaban oyendo porque uno de ellos se quitó los auriculares para no perderse ninguna palabra.

«¡Te juro que te morís con esto eh! Che, te corto porque me están escuchando«

Era una situación de comedia… ¡Pero la curiosidad me estaba matando!

«Ahora contá…» dijo alguien en voz baja más atrás. Hubo una risa general casi inaudible… Claramente no era el único oyendo.

Mientras tanto, con cada sacudón que daba el micro (producto del excelente estado de las rutas bonaerenses) alguna valija se caía de su posición y su dueño se levantaba a volverla a poner donde no estorbase.

Antes de llegar a Retiro el micro hizo una parada en Escobar y otra en El Talar. Ya con menos gente a bordo, los que quedaban a bordo rumbo a Buenos Aires volvieron a reacomodar su equipaje de una manera más práctica (o, mejor dicho, menos incómoda).

El resto del viaje pasó entre celulares sonando constantemente y sus dueños atendiendo los llamados con tono de hartazgo diciendo todos cosas como «Ya estoy llegando» y explicaciones referentes a las causas de la demora del micro… Yo lo pasé sumido en el misticismo de la llamada telefónica de la abuela misteriosa.

Poco después de las 10, el micro entró a las plataformas de la terminal de ómnibus de Retiro. Algunos pasajeros se pusieron de pie antes de que se detuviera el motor, impacientes por bajar. Un chico que también viajaba con mochila reclamaba que su mochila se había roto y no paraba de criticar (con bastante razón) las imprudencias y falta de calidad del servicio de la empresa.

Yo solo quería salir de la terminal, llegar a mi casa, y olvidarme de la abuela misteriosa… aunque al día de hoy me sigo preguntando cuál sería el secreto. 😛

cordoba a retiro

13 horas y pico para viajar 730 kilómetros de Córdoba a Retiro. Con acción, misterio, y entretenimiento alternativo. ¡Gracias, empresa Urquiza! La próxima viajo en tren.

2 comentarios en “Crónica de un raro viaje en micro de Córdoba a Retiro”

  1. Increíble historia jajaja! Me pareció rarísimo eso de que no consigas empresas para volver a Retiro, es un pensamiento un poco de porteño engreído el mío capaz, pero cómo no van a viajar a la capital del país jajaja..? Es para no olvidar nunca lo que te pasó. A nosotros nos pasó que un micro en Mendoza se lloviera adentro por la cantidad de agua que caía con una tormenta, y también con una empresa muy conocida..
    Es muy común eso de que los micros vayan parando en todos los pueblitos, en general tiene que ver con el servicio que es, pero muy mal que no te hayan avisado.
    En fin, es otra experiencia nueva!

    Me encantó lo renovado que está el blog!

    1. Puede pasar cada cosa viajando en micro por Argentina… mientras no involucre heridos todo permanecerá como una anécdota para recordar luego. Sabía que muchos micros tienen servicios en cada pueblo (y es lógico), y no me molestó que así fuera… pero deberían habérmelo dicho jaja. A veces cuestan lo mismo que los que van directo o con una parada. La próxima habrá que preguntar TODO jaja.
      Y si, yo también me sentí re porteñito pensando en lo raro que era que no hubiera micros a Retiro desde Córdoba, pero lo que me sorprendía era que preguntaba en empresas conocidas, no en locales.
      En fin. El viaje a El Chaltén se está cocinando a fuego lento pero algo es seguro: micro no. JAJA

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